3.12.07

EL BUFÓN Y LA REINA (y III)


El círculo es dispuesto con prontitud, pintado con cal a la derecha del Camino Real, a la vista de las almenas del castillo. Ocho arqueros, cuatro de cada bando contendiente, se disponen en los cuatro puntos cardinales distribuidos en parejas. Son soldados y caballeros, distinguidos por su destreza con el arco, que tiene la orden de disparar contra cualquiera de los contendientes que se comporte de manera deshonrosa. Los armigios se arman de flechas de penacho negro, hechas con plumas de cuervo; las flechas de los carpatios brillan blancas, pues se confeccionan con plumas de cisne.
Los luchadores ya se encuentran en el círculo, vestidos únicamente con los tradicionales pantalones de cazador, vestigio de tiempos en que armigios y carpatios eran un solo pueblo que vagaba por las estepas de más allá de las montañas, poco más civilizados que los bárbaros que arrebataron al buen Bardo familia y herencia. Antes de entrar en la palestra, la Reina, para sorpresa de todos, se acerca a Ricard del Monte Blanco y susurra algo a su oído, luego lo besa en la frente y en los labios. Nadie está tan cerca como para oír lo que le ha dicho, pero en sus ojos hay lágrimas que pugnan por brotar, y pareciera que, si lo hacen, no pararán hasta ahogar a todos los desdichados que su reino habitan.
Los jueces, elegidos de entre los más veteranos caballeros del Reino y el Condado, dan la orden de comenzar haciendo sonar sus cuernos de caza al unísono. En ese mismo instante el Bardo rompe a cantar una vieja canción que relata la fundación de Armigia. El joven Conde mira a los jueces, en espera de que reprendan al irreverente luchador, que por otra parte no se ha movido ni puesto en guardia. “Nada en las antiguas tradiciones dice que un Cazador no pueda cantar mientras lucha” dicen los viejos árbitros, tras una breve consulta entre ellos.
Al oír esto, el Conde, furioso y sabedor de su superioridad, como hombre de armas que es, se abalanza sobre la flaca figura de su adversario. Su idea es acabar cuanto antes con lo que le parece una burla a su recién estrenada dignidad real. La muchedumbre que rodea a los luchadores contiene el aliento pues, a pesar de ser un hombre muy fornido, el Conde se mueve con cegadora rapidez. Por un instante todos dan por muerto al osado Bardo, que no hace ni un solo movimiento mientras canta. Pero, cuando la hoja parece que va a travesarle, él, simplemente, ya no está allí. Un paso, ágil y distinguido como el de un bailarín de la corte, ha bastado para evitar la mortal acometida.
Mientras tanto su canto, no solo no ha cesado, sino que ha aumentado en vehemencia. La crónica del Reino esta llegando a las primeras guerras contra todos los invasores que amenazaron, en tiempos inmemoriales, la existencia del joven reino. Algunas voces jóvenes, enardecidas por la historia de sus antepasados, se alzan de entre la multitud, uniéndose al Campeón de la Reina. Esto enfurece al Conde, que se lanza contra su enemigo con la furia de mil lobos, tratando de aferrarlo y acuchillarlo. Pero siempre aferra aire, siempre acuchilla al viento. Porque el Manco no para de danzar y, sin esfuerzo aparente, esquiva cada una de las acometidas del salvaje invasor. Y ataque tras ataque cada vez son más las voces armigias que cantan con su Campeón.
El combate se prolonga durante horas. El mediodía pasa y llega la tarde. La furia del guerrero titánico contra la destreza del mejor malabarista que estas tierras han visto. Uno lanza estocadas, finta y ataca de todas las maneras que sus artes de luchador le permiten. El otro esquiva y salta, danza y rehuye las cuchilladas, se zafa de las presas y mantiene la distancia de los hercúleos brazos del Conde. Todos nos preguntamos porqué no usa su arma, que ha empuñado con su mano sana desde el inicio del combate, y que, hasta ahora, no ha servido más que para adornar con su acerado brillo los saltos y piruetas de su portador.
Cae el sol y se traen antorchas. Y ahora, a la mortecina luz del crepúsculo, todo el Reino canta. Hombres y mujeres; niños, jóvenes y ancianos, entonan las viejas canciones que hablan de su pueblo y de la búsqueda de un lugar en el que habitar en paz, y de cómo lo encontraron y lo defendieron contra todo el que quiso imponer su yugo sobre ellos. Cantan porque empiezan a ver que se hallan de nuevo en una de esas canciones. Cantan porque, como hoy, hubo ocasiones en que sus antepasados se vieron en situaciones como esta y que, como pueblo indómito que eran, las habían enfrentado y vencido todas. Cantan porque un hombre solo, un tullido, es el único que se ha levantado contra el invasor, y desean que su corazón no desfallezca, que su brazo no vacile y que su pie no tropiece. La Reina Margarita canta con prístina voz. Yo canto mientras escribo.
Dentro del círculo ambos luchadores se hallan cubiertos de sudor. El Conde resuella como el buey de su estandarte. Ricard del Monte Blanco continúa cantando y danzando como no lo ha hecho en su vida, sangra por vario cortes que el carpatio ha conseguido infligirle. Pero si le duelen no lo demuestra, porque esta es su gran representación, su mejor papel: la actuación que vale por un reino.
En el momento en que las más brillantes estrellas comienzan a despuntar en el cielo, el Bardo Manco, tras esquivar de nuevo a su adversario, ha quedado al borde del círculo, con un pie en vilo fuera de él. Viendo su oportunidad, el joven Conde se lanza con el puñal por delante para atravesar de una vez por todas a tan escurridizo enemigo y, a la vez, lanzarlo al polvo del camino. Tiene el triunfo en la punta de su arma. Una terrible expresión de júbilo aparece en sus ojos, para desaparecer al instante. El Campeón de la Reina, dando un prodigioso salto mortal, lo elude apoyando las manos en los anchos hombros del carpatio y queda a su espalda. Nadie nunca ha saltado así, y pasarán muchos años antes de que se deje de hablar del Salto del Bufón, la pirueta que salvó un reino. Pues sin dejar reaccionar al traicionero carpatio, y aprovechando su impulso, Ricard golpea con el pomo de su puñal en la nuca a su adversario, que sale del circulo rodando.
El duelo ha acabado El canto cesa. Armigia está en manos del Bufón del Rey. Por un momento, la incredulidad hace que todos los presentes callen. El grito de furia del Conde resuena como el de un animal herido, y como tal se comporta. Rápido como una serpiente, lanza su puñal hacia el Campeón armigio, alcanzándolo en el costado. Ricard cae. El traicionero Conde entona un terrible aullido de triunfo que se trunca cuando varias flechas le atraviesan el pecho. Muere con el asombro en el rostro y el deshonor en el alma. Y he de añadir, en descargo de los caballeros carpatios, que no todos los penachos son negros.
La Reina rompe el círculo de soldados que mantienen lejos a la multitud y se arrodilla junto a su campeón. Aún vive, a pesar de tener el puñal del maldito Conde alojado en el pecho hasta la mismísima empuñadura. Pide que se le levante. La Reina no puede sola y un joven caballero, ordenado hace tan solo unas semanas, acude en su ayuda. También hay lágrimas en su joven rostro. El Bardo Manco se levanta y, apoyado en su soberana, se dirige a los jueces:
“¡He vencido en buena lid y reclamo para mí el premio! ¿Aceptáis el resultado que los Dioses han tenido a bien decidir?” Su voz trona como nunca antes lo hiciera, pareciera que proviene de los Dioses mismos que acaban de ser invocados. Unánimemente los árbitros, Carpatios y Armigios a la par, admirados por lo que acaban de ver, dan su veredicto.
“¡Aceptamos!”
“Pues he aquí mis condiciones como vencedor”, responde el Bardo. “En este mismo momento yo, Ricard del Monte Blanco, tomo a Margarita de Armigia como esposa y ocupo mi legítimo lugar como Rey. Que todos los que algo tengan que objetar a este, mi derecho, que hablen ahora o que los Dioses enmudezcan para siempre.”
Nadie habla. Ni tan siquiera un pájaro osa alzar su voz contra el legítimo derecho que se acaba de entregar.
“La segunda condición es que no he de entregar mi poder absoluto a esta mujer.”
El asombro cunde entre todos los que aquello escuchan. ¿Acaso el Bufón los había engañado? ¿Estaríamos eludiendo a un tirano para caer en las manos de otro?
“No os asustéis, pueblo mío, pues el mío no será un reinado demasiado largo. Solo una orden he de dar antes de entregar el trono a su legítima dueña pues, por gentileza de mi adversario, me temo que voy a reunirme con él en breve. La verdad es que parecía ansioso por seguir discutiendo conmigo, pero estos fieles caballeros lo han persuadido, de manera más bien drástica, de que era mejor que fuera él por delante para ocuparse de los detalles del encuentro. Escuchadme bien, porque solo esta orden doy como absoluto rey vuestro: que, a partir de hoy, solo la estirpe de Margarita de Armigia reine sobre vosotros, ya sean estos varones o mujeres, con la salvedad de que no sean dignos de ello. Encontrad vosotros los medios para decidir si, de ahora en adelante, un heredero es digno de ello o no. Estoy seguro de que mi querida esposa, es quien abdico todos mis poderes en este instante, sabrá encontrar el modo de evitar que haya reyezuelos y tiranos entre sus descendientes. No es una tarea que yo quisiera llevar a cabo, aunque pudiera. Pero no puedo, mi tiempo se acaba y tengo un largo viaje por delante” Y dicho esto se desploma en los brazos de la Reina y de su fiel caballero.
Una comitiva de valientes caballeros, soldados y, también, simples ciudadanos de la Ciudad, se adelanta y alza el cuerpo de su soberano. Acompañan los restos del Rey Bufón, hasta las salas de los Reyes. Al principio callan, pero, súbitamente todos saben que al buen Bardo no le hubiera gustado que en su funeral las plañideras, a las cuales detestaba, hicieran su agosto. De modo que, en cuanto pasaron las puertas de la Ciudad, los barriles de cerveza y vino se abren, se cantan canciones y se danza hasta el amanecer. La primera en romper a cantar es la Reina Margarita, ahora Suprema Monarca de toda Armigia, que entona, de nuevo, las sagas de sus ancestros. Y tan virtuosamente lo hace, que su difunto marido hubiera sentido celos de ella y hubiera querido batirse en duelo de cantos con la hermosa Reina. Al caído lo depositaron en una mesa de mármol, a la derecha del buen Rey Stephan, su amigo y rey. Amarga ha sido esta victoria, pues nos ha costado dos buenos reyes en un solo día, pero no se ha derramado ninguna lágrima por ello. Al menos ninguna que oscurezca el corazón, porque, como dijo el sabio, “A veces es necesario que algunos pierdan las cosas que aman para poderla salvarlas”.

Con esto termina la narración del Primer Día del Bardo, que se remonta ya a hace cincuenta años. Desde entonces se conmemora con una jornada en que las puertas de la ciudad están abiertas a todo el mundo. Y nunca los enemigos de Reino se han atrevido a atacar en ese momento, pues se dice que el Bardo Rey vela por sus súbditos, mientras estos festejan la salvación de Armigia y de su Reina; y que, si entonces, cuando sólo era un bufón, hizo lo que hizo, ahora solo los necios se atreverían a atacar la Ciudad cuando se haya bajo la protección de, sino un Dios, sí uno de sus favoritos.
Solo me resta por decir que los carpatios marcharon en paz, sobrecogidos por los acontecimientos, en la primera vez en la historia que un ejército victorioso ha abandonado su presa cuando esta estaba indefensa. Desde entonces han sido aliados de Armigia cada vez que se ha solicitado ayuda.
En cuanto a la Reina, manda con firme y justa mano sobre todos los armigios, y no se han visto mejores tiempos en estas tierras ni en tiempos remotos ni nunca (lo que es mucho decir). El joven caballero que la ayudó a sostener al valiente Bardo llegó a ser, con el tiempo, Capitán de su Guardia. Aunque su papel en esta historia puede parecer baladí, no lo es tanto si tenemos en cuenta que, también con el tiempo, llegó a ganarse el corazón de la Reina y a ser su Consorte. Pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión
En cuanto a este humilde cronista, Margarita la Bella, tuvo a bien recompensar mis humildes servicios con el puesto de Mayordomo y Gran Chambelán del Reino, cargos a los que ya he renunciado, harto del ajetreo de la Corte. Y también para registrar lo que mis ojos han visto, pues, aunque dudo que sea por méritos propios, mucho me ha tocado vivir que puede servir para que, los que vienen detrás, no cometan los mismos errores que nosotros cometimos, ni caigan en las mismas redes que a nosotros nos tendieron.

27.9.07

EL BUFÓN Y LA REINA (II)

A ver si lo he entendido bien!” Grita, la voz vibrante restalla contra los muros. Vuestra pomposidad, señor Conde de Armigia, en un alarde de magnanimidad, viene aquí, se planta ante nuestras puertas después de ganar una guerra injusta, hecha a vuestra mezquina medida, y pone a nuestros caballeros ante la tesitura de faltar a la palabra, robada a la fuerza, y salvar a la Reina y su familia, o ser fieles al ese ruin juramento y entregar el trono a vuestras grasientas manos.” Hace una pausa.
“¡Barato lo fiáis, melindroso Conde! Pues no habrá que esperar que alguno de los fieles caballeros carpatianos falte a su palabra. La Reina tiene a su disposición a un campeón que no ha empeñado su palabra en un vacuo juramento, hecho esperando que el receptor de tal palabra la use con igual nobleza. ¡Acepto el desafío!” La poderosa voz parece sumir a todos los presentes en un encantamiento de roca. Nadie se mueve tras oír como un simple bufón ha ofendido gravemente al Conde y se ha atrevido a aceptar un reto reservado a la más alta cuna de la nobleza del país.
El Heraldo vuelve a hablar, tras reponerse de la sorpresa inicial. “¡Rata cubierta de harapos! ¿Cómo te atreves a mancillar este noble acto con tu sucia lengua? ¿Cómo osas en nombrar al Gran Conde Adam con ese desprecio? Bien saben todos que solo un caballero de Armigia puede ser Campeón de la Reina y, para ello, ha de ser noble y haber sido ordenado por el rey legítimo. Nadie espera que cumpláis siquiera una de las dos condiciones. De este modo os conmino a retirar esas palabras si no queréis acabar vuestros días en el potro.”
De nuevo todos miran al Bardo Manco. Este se ha bajado del mástil y ahora se alisa, distraído, las vestiduras, mientras el Heraldo lo amenaza con la más dolorosa de las muertes. A continuación, se sube a una de las almenas y vuelve a hablar con su clara voz.
“¡Ah, Heraldo venido de lejanas tierras! Os perdono por vuestra ignorancia, ya que vuestra casa esta muy lejos de aquí y no habéis oído hablar del viejo marquesado del Monte Blanco. Este malhadado marquesado cayó en manos de los bárbaros del norte hace ya veinticinco años, todos sus habitantes fueron pasados a cuchillos o vendidos como esclavos, y todas sus tierras son ahora un yermo en el que vagan los lobos y los fantasmas de los caídos.”
“Pues bien, el viejo Marques Hernán, al ver que no podía repeler a los invasores, pidió ayuda a su amigo, el rey de Carpatia, Ricardo el Gran Dogo, que acudió en su ayuda con toda la premura que aquel crudo invierno le permitió. Desgraciadamente, no fue todo lo rápido que los del Monte Blanco hubieran deseado. De todas formas, llegó a tiempo para liberar a buen número de esclavos y para dar un severo escarmiento a los bárbaros que, en mitad de la borrachera, fueron borrados del mapa tan contundentemente que aun piensan que fue cosa de brujería y esas tierras no han vuelto a ser mancilladas por sus impíos pies. Entre los refugiados se hallaba un soldado de la vieja guardia del Marqués que guardaba como al más preciado tesoro a un enclenque niño, medio muerto de hambre y frío, que resulto ser el último vástago de esa rancia familia noble. El fiel soldado arriesgó su vida, se privó de comer y beber para mantener con vida a ese último esqueje del viejo árbol, y triunfó en su empeño. Entregó al Rey Ricardo un pequeño bebé, aterido de frío, cubierto tan solo con los jirones del pendón de su familia, y quedó al servicio del Rey, para siempre escolta del pequeño heredero del Marqués.
Mas, ¡ay!, todo su empeño fue inútil para evitar que el niño quedara indemne. Su pequeña mano derecha sufría graves lesiones causadas por el hambre y el frío. Ya no era un Hombre Entero, ya no podía reclamar el bastón de mando de su padre. Aún así, el buen Rey acogió al pequeño huérfano, considerándose en deuda con él por no haber podido salvar a su familia, y lo crió como a su hijo, le dio un hogar y la mejor educación y, llegado el momento, dio a elegir al muchacho su camino en la vida, y este, que siempre había preferido el filo de la lengua al de la espada, decidió hacerse bufón y bardo.
“Está bien, dijo el Dogo, pero me habrás de hacer un servicio más: has de ser el mejor bardo que jamás haya cantado en corte alguna, así no podrán decir que abandoné al hijo de mi amigo a la dura vida de un bardo de los caminos”. Y el joven bardo hizo todo lo que pudo por no defraudar al viejo Rey y, dicen, cumplió su palabra. El nombre de ese bufón por vocación es Ricard. Podéis acudir a los archivos del Reino y ver como el Viejo Dogo dio fe de todo esto, aunque no lo hiciera público para proteger a su hijo adoptivo.”
“De modo que, como ya habréis imaginado, os encontráis frente al último descendiente de una vieja familia noble. ¡Yo soy Ricard, hijo de Hernán del Monte Blanco, Bufón del Rey y Noble por derechos de sangre!”
El silencio cae sobre la llanura.
“Antes de que malgastéis más saliva diciendo algo del estilo: ¡Eso no es suficiente para poder aceptar este reto, debéis ser Caballero del Reino! Habréis de saber que, en este reino no solo por las armas se llega a ser caballero, de hecho, la mitad de los que junto a la Reina están son caballeros de Carpatia, pues todos son Consejeros Reales o Grandes Mayordomos. Pues bien, y volviendo a abusar de vuestra paciencia, he de recordar la Fiesta de Otoño de hace cinco años cuando, en medio de una más que severa borrachera, el propio Rey Stephan me nombró Consejero Real en Cuestiones de Guardarropa. Hizo esto por mi costumbre de hacer mofa de todos y cada uno de sus trajes y atuendos. El bueno de Stephan tenía un pésimo sentido de la moda, pero mucho sentido del humor”
Hace una pausa y, desde su atalaya en el mástil de la bandera, mira a las almenas donde la Reina ha escuchado, atónita, como su bardo ha hecho callar a todo un heraldo de un ejército vencedor.
“De modo que,”prosigue”cumplo con las exigencias para ese empleo y, si mi amada Reina así lo decide, estoy dispuesto a ensuciarme las manos con él.”
Con estas palabras da por concluido su alegato. Salta de la bandera y se acerca al Balcón Real. Se despoja de su estrafalario sombrero y dobla una rodilla delante de su soberana. Pero no agacha la cabeza. Desafiante hasta el fin clava la mirada en su Reina. Ella le mira, y calla. Mira al niño desgarbado con el que había crecido. Mira al joven descarado que la amó a pesar de saber que no era posible, ni siquiera aunque hubiera sido correspondido. Mira al único hombre que ha acudido en su auxilio en la hora más oscura, el único al que no ciegan el miedo, la ambición o una desgraciada idea del honor.
“Una vez dijisteis que, si tuvierais que elegir, preferíais dejar vuestra vida en las manos de un guerrero en vez de en las de un bardo” susurra el Manco “Aquel día os reísteis. Hoy podremos ver si esa elección es acertada.”
Todo depende de Margarita. La Reina calla un eterno instante. Luego asiente y entrega una prenda a su Campeón, como manda la costumbre. Es un viejo pañuelo de encaje que el bardo parece reconocer.
“Esto es lo único que queda del legado de mi familia” dice al incorporarse “sirva como señal del último servicio de la casa del Monte Blanco al Reino de Carpatia”. Luego se encarama en la almena y su voz se escucha en todos los rincones de la ciudad.
“¡Yo, Hernán del Monte Blanco, Campeón de la Reina Margarita de Carpatia, acepto el reto del Conde de Armigia! ¡Pido el Duelo de Cazadores!”
Un murmullo se levanta en el ejército Armigio. Los Carpatianos callan asombrados. El duelo de cazadores es la más antigua de las formas de duelo entre caballeros aceptadas en esta parte del mundo. Es sencillo de explicar: se desarrolla en un círculo de 20 pies de diámetro, los contendientes van armados con los tradicionales cuchillos de caza del reino de Carpatia y no portan armadura. Pierde el que sale del círculo, se rinde o muere. Nadie ha pedido la lucha con cuchillo como medio honorable para dirimir una disputa desde hace generaciones, se considera un método bárbaro y primitivo. Aún así, es aceptado por las normas de la caballería y el honor, de modo que el Conde no puede rehusar si no quiere perder en el último momento sus derechos sobre el trono carpatiano. El heraldo, tras consultar brevemente con su señor, que aún no se ha dejado ver, se acerca a las puertas de nuevo.
“El Conde de Carpatia acepta el Duelo de los Cazadores y elige, como lugar y hora para la riña, esta explanada misma y este mismo momento.”
El joven Conde tiene prisa por ceñirse la corona. (continuará…)

14.9.07

EL BUFÓN Y LA REINA


“Yo, Epifanio de Sésamo, escriba de su majestad, la Reina Margarita, y Gran Maestre de Códices del Reino de Carpatia, dejo hoy, 22 de noviembre del Año de los Dioses de 797, constancia de lo acaecido el Primer Día del Bufón en estas mis memorias, tal y como lo registré en el diario de la Reina cuando solo era un humilde ayuda de cámara del Gran Chambelán Vinicius. Hace ya cuarenta años de estos hechos que voy a relatar y aún se inundan mis ojos de lágrimas al recordar que todo estuvo perdido y que, por el sacrificio de uno solo, muchos se salvaron.”

El bufón y la Reina.

Amanece. Una gloriosa explosión de luz muestra al mundo de nuevo los colores y las formas, veladas por el índigo manto de la Madre Luna. La vida, como con cada alborada, parece renacer al calor de los primeros rayos de un esplendido sol otoñal. Sin embargo, nadie hay en El Castillo que disfrute del nuevo amanecer. Nadie mira al cielo manchado de púrpura para recibir al Padre Sol. Todos esperan noticias de Poniente. Todas sus miradas dirigen al oeste. Y allá aún esta oscuro.
Hoy se cumplen tres días desde que el buen Rey Stephan partió al frente de sus hombres, setecientos de a caballo, mil infantes y escuderos, a enfrentar al codicioso Conde de Armigia, antaño aliado de Stephan, hoy la más seria amenaza a que el Reino de Carpatia se enfrenta. Pues, aunque Condado y Reino solo se diferencian en la denominación, siendo ambos territorios de similar fuerza y territorio, el Conde ambiciona ser Rey, y eso solo puede ser arrebatándole la Corona a Stephan. En su ansia por cargar su joven testa con una corona real, el conde no ha reparado en nada, dinero y esfuerzos, malas artes y argucias que avergonzarían al más miserable de los rufianes. Como no podía ser de otra manera, unos días atrás, alegando derechos sobre el trono de Carpatia sacados de los mas profundos recovecos de las leyes del Reino, el Conde retó al Rey Stephan a una lucha a campo abierto, que se habría de librar entre los ejércitos personales de ambos y que demostraría cual de los dos era el elegido de los dioses para el trono de Carpatia. Confiando en evitar una cruenta guerra abierta, que obligaría a ambos territorios a poner en brega a todos los hombres disponibles, el Rey aceptó el desafío y hace ya tres días que partió al terreno elegido en las conversaciones de guerra: el Valle de las Nieblas.
Cada anochecer de cada uno de los dos primeros días, un jinete ha llegado a las puertas del Castillo, con nuevas del Ejército del Rey. El sol del tercer día murió, y ya se pinta el este con las primeras luces de la mañana. Ni un alma ha sido vista recorriendo el camino hacia la capital carpatiana. Nadie ha dormido en palacio esta noche y todos han podido ver una ominosa niebla roja velando el brillo de la Luna.
Apenas llega la luz del joven día ha iluminar las tierras occidentales cuando, a las murallas del Castillo, llegan los ecos de una numerosa hueste marchando al paso. Todos contienen el aliento con expectación. Los estandartes y pendones aún no son visibles a tan temprana hora. Súbitamente, un lejano sonido rompe la quietud de los habitantes del Castillo. Destroza sus corazones. Amilana sus espíritus. En lugar de los profundos cuernos de las tropas carpatianas, los ecos que llegan a sus aterrados oídos son los de las destempladas trompetas de Adam, Conde de Armigia y, según parece, Rey de Carpatia a partir de este malhadado día.
Allá van sus orgullosas tropas, muchas más de las esperadas, marchando bajo estandartes de batalla, los cuales no todos pertenecen al condado de Armigia. En contra de todos los preceptos de la Caballería, la ambición de Adam le ha llevado a aliarse con otros pequeños señores, prometiendo tierras o tesoros carpatianos, para así abrumar por numero a las tropas del Buen, e inocente, Rey Stephan. Ahora acude aquí a repartirse los despojos con sus malditos aliados. Tras las tropas armigias, marchando orgullosos aún en la derrota, van los restos del Ejército del Rey, apenas un tercio de los que partieron. Parecen escoltar una humilde carreta, la cual lleva el estandarte real enganchado en unos de sus travesaños.
El orgulloso Conde, tratando de mantener las formas que él mismo ha despreciado, envía un heraldo para anunciarse, como si fuera necesario tras haber oído sus trompetas y haber visto sus encarnados estandartes. El Buey y el Hacha campan por la explanada, junto con las insignias de sus indignos aliados, frente al Castillo. El heraldo, un alto jinete en armadura de plata y azabache, se acerca a la Gran Puerta del Oeste, amparado en una innecesaria bandera blanca.
“Mi nombre es Alcázar de Vilna, caballero del Condado de Armigia. Tengo el honor de ser el heraldo del Conde Adam ante la Corte de Carpatia. Ayer, a la caída del sol, las fuerzas de mi señor y las de Rey Stephan se enfrentaron a orillas del Gran Río, en el Valle de la Nieblas, para dirimir cuál de los dos era el elegido de los Dioses para el Trono de Carpatia. Grande fue la batalla que se libró. Durante horas los hombres de Adam y Stephan se batieron, cubriendo la tierra de sangre y gloria. Al llegar la medianoche los Dioses decidieron dar a conocer su decisión. A la luz de las hogueras, mi señor y el antiguo Rey se batieron en combate singular en el que el Conde Adam fue recompensado con la victoria. El Rey Stephan murió con honor, con su real espada en la mano. Ha sido traído, junto con sus armas, para ser enterrado con todos los honores en las Salas Inferiores del Castillo, como es tradición en este su Reino.”
“Los Caballeros de Carpatia que sobrevivieron a la cruenta batalla, tras grandes gestas que habrán de ser cantadas por mil años, aceptaron el resultado del combate y rindieron sus armas al Conde de Armigia. Se les ha permitido conservarlas, y poder dar así una escolta digna a su señor, a cambio de jurar no levantar las armas nunca contra ningún habitante de Armigia, como dicta la tradición de la Caballería. Esta es una señal más de que, a partir de este día, Carpatia y Armigia son una sola cosa”
“Pues estas son las condiciones que mi señor exige al Reino de Carpatia:”
“A partir de este momento Carpatia pasa a se estado vasallo del Condado de Armigia. El tributo a pagar será el que marca la costumbre para estos casos”
“Se permitirá a los nobles carpatianos mantener sus feudos y mayorazgos y administrarlos según su buen gobierno dicte. Ahora bien, dado el juramento hecho a Adam, no podrán levantarse en armas contra el Gran Condado y reconocerán al Conde como señor de todas estas tierras.”
“la Casa Real de Carpatia habrá de unirse a la Familia Condal de Armigia, a fin de que estos tristes acontecimientos que hoy nos afligen no se vuelvan a repetir. Para este fin, hoy mismo a la caída del sol, el Conde desposará a la joven Reina Viuda, quedando así ambos territorios unidos para siempre.”
“Todas estas condiciones han sido ganadas por la nobleza de las armas. Y solo por la nobleza de las armas habrán de ser rechazadas.
“Así he hablado yo, Alcázar de Vilnus, caballero de Armigia y heraldo del Conde Adam ante la Corte de Carpatia.” El heraldo calla y espera la respuesta de la Reina.
La consternación y la pena cunden entre todos los habitantes del Castillo. Adam parece no haber dejado ningún cabo suelto. Será el nuevo Rey y la línea sucesoria de Carpatia pasará a su Familia. Serán sus hijos con Margarita, la joven Reina Viuda, los que hereden el trono y no el pequeño Carlos, primogénito de Stephan. Y esto habrá de ser así porque, según una antigua y estúpida tradición, si el heredero al trono de Carpatia es mujer, al casarse el nuevo marido habrá de renunciar a sus derechos como gobernante supremo del Reino a favor de la legítima heredera. Esto se ha hecho así siempre, y así hizo el joven Stephan la misma noche de su boda con Margarita, hace ya tres años, cuando, delante del viejo Rey Carlos, el Dogo de Carpatia, padre de la entonces princesa, renunció al trono y aceptó su papel como Rey Consorte y Comandante del Ejército del Rey. De esta manera, con el Rey muerto y el ejército rendido, solo falta a Adam una excusa legal para hacerse con la corona. Y ya la tiene, no renunciará alegando la incapacidad de la Reina para el gobierno, y la familia Real Carpatiana morirá con ella y su hijo.
Para añadir más vergüenza a sus actos, en un intento de parecer magnánimo y generoso, deja la puerta abierta a una posible negativa a sus condiciones. Pero lo hace guardando todos los ases en la manga. Lanza un reto, un desafío que solo puede ser aceptado por un Caballero del Reino, y todos han sido obligados a jurar que no levantarán las armas contra Armigia. De esta manera queda como un acto de nobleza por parte del nuevo Rey, por otro se asegura de que nadie pueda discutir sus derechos.
La joven Reina Margarita ha contemplado toda la escena desde las almenas de la torre que flanquea la Gran Puerta del Norte. Su semblante ha palidecido al conocer la suerte de su amado Rey. Sus manos se han crispado y la cabeza ha alzado, orgullosa, cuando ha conocido el destino que le reserva el pérfido Conde Adam a ella y a su reino. El yugo armigio se ceñirá en su cerviz y en la de sus súbditos si no ocurre un milagro.
Tras unos momentos de tensa espera, de miradas inquietas a la silenciosa hueste que espera una respuesta, la Reina Margarita de Carpatia habla:
“¡Caballeros de Reino de Carpatia! ¡Hermanos que no habéis dudado en derramar vuestra sangre por lo que consideráis justo! ¡Solo os pido un servicio más! ¿No habrá entre vosotros alguien que acepte el desafío? ¿No queda entre vosotros un verdadero carpatiano que sepa ver más allá de las argucias que el Conde ha tramado para uncirnos a todos con su yugo? ¿Nadie defenderá a su Reina del aciago destino de desposar a quien odia?”
La voz, firme y templada, de la joven Reina Viuda de Carpatia resuena en la explanada. Los ecos de su desesperación reverberan en los fríos muros. Y, cuando los ecos se apagan, llega el silencio. Pero no es la quietud de la mañana. Son el silencio de la vergüenza, del miedo, incluso en ruidoso silencio de la traición, los que ocupan cada rincón de la capital del Reino de Carpatia, anegan de tristeza el corazón y sumen al alma en el desaliento. Tras el último ruego a sus Caballeros, la Reina Margarita, desesperada, también guarda silencio.
Pero, frágiles como copas de cristal, todos lod silencios son rotos por lo que menos cabe esperar en tan aciago instante. El sonido de la alegría mas alla de cualquier dolor. Una risa que los rompe en mil pedazos, y lanza sus restos al viento. Una carcajada limpia y profunda, triste pero llena de esperanza,que sorprende y anima. No hay locura en esta risa. No hay desesperación en su sonido, que alegra el corazón e invita a unirse a su alegría, como si todo lo que ocurre en la vida de los hombres no fuera más que una broma. Alguien ríe, y todos en Carpatia conocen a quien así encara el destino. Es el Bufón Real, Ricard del Monte Blanco, el Bardo Manco.
Todos buscan el origen de la tremenda carcajada, y lo encuentran con facilidad. Encaramado a la bandera de Carpatia que ondea sobre la Gran Puerta se encuentra el Bufón Real, alto, desgarbado, con el rubio cabello ya envejecido por unas prematuras canas, que reflejan la temprana luz del sol. Va ataviado con sus mejores galas, el jubón hecho con jirones de todos los colores y materiales, el enorme sombrero de caza tocado con una aún mas grande pluma de pavo real, las botas de caña alta sobre unos pantalones de cuero rojos como la sangre. Con su bolsa de trucos a un costado y el viejo laúd a la espalda parece preparado para dar su espectáculo en una de las fiestas del Rey. A cada uno de sus movimientos lo acompaña un prístino campanillazo procedente de un cascabel de plata que pende de una cadena a su cuello.
Ha trepado a la bandera haciendo gala de una agilidad asombrosa, pues para ello solo ha podido valerse de una mano, la derecha. A su mano izquierda le falta el dedo índice y el resto no es que sean de demasiada utilidad por hallarse rígidos y entumecidos, como muertos. Nadie sabe cómo se la lastimó y por esa mano le llaman el Gran Bardo Manco pues, a pesar de ella, es el mejor músico de estas tierras y vienen de lejanos reinos solo por verle tocar (si tienen suerte y no pasan toda la velada soportando sus bromas y chanzas). A cincuenta metros sobre la llanura, observa el ejército conquistador y ríe. Durante un instante mira a la Reina. Después, Ricard del Monte Blanco, el Gran Bardo Manco, habla. (Continuará...)

4.9.07

Capítulo 2º
CRONICA DE LOS VIAJE DE HACHIRO, SAMURAI DE LA FAMILIA HIRUMA DEL CLAN DEL CANGREJO
La Delegación Cangrejo. El viaje a Fukurokujin.

El invierno había llegado a Rokugán. La temporada de guerra en la Muralla Kaiu había terminado. Hiruma Hachiro, explorador de la familia Hiruma del Clan del Cangrejo, había pasado por su primera estación guerrera tras su ceremonia de gempukku sin más incidentes que unas cuantas escaramuzas contra bandas dispersas de trasgos. Los Ogros eran escasos y a los Oni parecía que se los hubiera tragado la tierra. Era frustrante. No había gloria en limpiar de trasgos los territorios de las Tierras Sombrías, era trabajo para los exterminadores de alimañas, no para bushis.
A parte de las ansias normales en un joven samurai Hachiro se veía siempre comparado con la figura de su padre, Hiruma Matsuhiro, y se mostraba más que impaciente por demostrar que merecía llevar el apellido de tan ilustre antecesor. Hiruma Matsuhiro, ahora retirado, había sido el explorador que, en solitario, había salvado la vida al hijo del Campeón Esmeralda durante una irreflexiva expedición del joven príncipe en las Tierras Sombrías. Por ello, había sido nombrado Magistrado Esmeralda por el agradecido padre.
Todos lo habrían considerado, en principio, un mero acto de cortesía (no era normal que el Campeón eligiera a sus investigadores y jueces de entre los toscos Cangrejo, y mucho menos entre la familia Hiruma) si el nuevo Magistrado Esmeralda no hubiera demostrado que era más que válido para el cargo. En una breve carrera de cinco años como Magistrado, Matsuhiro se ganó la fama de implacable cazador de delincuentes. Allá donde iba, los enemigos del Imperio escondían la cabeza, y no volvían a asomarla hasta que el concienzudo Hiruma estuviera muy lejos. Ni siquiera paraba mientes en el Clan, ascendencia o posición del sospechoso. Si era culpable no había contacto ni parentesco que librara al reo de su castigo. Esto le granjeo numerosos enemigos, entre los que destacaban parte de otra de las familias del Clan Cangrejo, la familia Kaiu, los constructores y herreros de entre los Cangrejo. Matsuhiro descubrió una conspiración para debilitar cierto sector de la Muralla defendido por Hidas e Hirumas, con el fin de desacreditar a aquellos y aumentar el poder de la familia Kaiu dentro del Clan. El culpable de tamaña traición fue obligado a realizar seppuku y su familia cayó en desgracia. El resto de los Kaiu no miraban con buenos ojos al Magistrado y en particular los parientes del traidor habían jurado vengarse y recuperar la espada Kaiu que, como trofeo, pasó a formar parte de la armería de Matsuhiro. Esa espada es la que él mismo entregó a su hijo tras la ceremonia de gempukku de este, un símbolo de orgullo para Hachiro, pero también la carga de tener que demostrar que era digno de portarla.

De este modo el joven samurai se encontraba con que no había hecho nada digno de mención durante toda la temporada guerrera y tenía la esperanza de que en invierno tuviera alguna oportunidad de demostrar su valía en la Muralla Kaiu. Pero esa oportunidad tampoco iba a darse porque fue elegido para formar parte de la Delegación Cangrejo en la Gran Negociación. Frustrado, se apresuró a acudir a Kiuden Hida a recibir sus órdenes y ponerse a las órdenes del cortesano al mando de la Delegación. No entendía la necesidad de retirarlo de la Muralla, más aún cuando su papel no iba a ser más que figurativo: El hijo de un famoso Magistrado Esmeralda, famoso por sus relaciones con el clan de la Grulla iría en representación de su clan. Pensaba que un guerrero como él no pintaba nada en una encuentro de cortesanos y diplomáticos. No sabía hasta qué punto se equivocaba. Su templanza y valor iban a ser puestas a prueba muy pronto.
Al mando de la expedición iba un personaje de fama siniestra: Yasuki Zenko, apodado “El Oscuro”. Un samurai maduro, rapado al cero, de rostro hosco y, eso asustó a Hachiro tuerto del ojo derecho (las viejas supersticiones son difíciles de extirpar). Las razones por las que estaba al mando eran bastante claras pues Zenko era famoso por ser uno de los negociadores más duros de todo Rokugan, muchas veces usando tácticas que muchos, en voz baja claro, afirmaban deshonrosas. Por si esto no fuera suficiente, otra razón había para que el Oscuro fuera el mas alto representante del Cangrejo en esta reunión, Zenko era famoso por su visceral odio a la Grulla. Antes moriría que ceder la más mísera parcela de tierra a los hijos de Doji. La primera impresión de Hachiro, si bien no fue buena, fue de respeto, el tuerto sabía mandar sin ser brusco, pero con una firmeza que dejaba lugar a las consecuencias de una desobediencia. Con el paso del tiempo, Hachiro deploró no haber prestado más atención a esta característica de su jefe. Pero no adelantemos acontecimientos, baste decir que Hachiro llegó a respetar a Zenko, pero no llegó a apreciarle como camarada.
Los otros miembros de la delegación, al igual que Zenko, fueron elegidos entre los Cangrejos por sus extraordinarias cualidades. Cada uno en su campo, destacaban entre las aguerridas huestes de los defensores de la muralla. Eran dos, un guerrero, Hida Motako y una shugenja, Kuni Yuki. Ambos, al igual que Zenko, marcaron para siempre la vida de Hachiro así que considero necesario hacer, al menos, una somera descripción de ellos.
Hida Motako, algo más que prometedor guerrero, a sus dieciocho años ya se había destacado, y sobrevivido, a multitud de batallas contra las Tierras Sombrías. Era de enorme tamaño y fuerza, armado con su descomunal tetsubo tachonado de jade, se había convertido en la pesadilla de las criaturas de las sombrías. Si eso no hubiera sido indigno de un samurai, Hachiro hubiera dicho que, el día que lo conoció, se asustó como no lo había estado en su vida. Sin embargo esta sensación se desvaneció en cuanto rascó un poco en la cubierta de músculos y cicatrices que era su compañero. Pocas veces se había encontrado nunca, y pocas veces se encontró después, un camarada tan fiel y afín como el gran Hida.
El papel de Motako en aquel viaje era el de ser el campeón que respondería a todos los desafíos que la delegación sufriera y, según Zenko había insinuado, también lanzarlos si la negociación por vías diplomáticas no marchaba por buen cauce para los Cangrejo. No solo era hábil con la gran maza de guerra, también destacaba en las artes de duelo y para ello había sido elegido, y para ellos entrenaba a diario con Zenko y con Hachiro. Descendiente de uno de los más grandes Hida de la historia del clan, el gran guerrero entendía perfectamente la carga que llagaba Hachiro sobre los hombros. Él estaba orgulloso de ser el elegido del clan como campeón, pero tenia miedo de no ser digno de ello. Y el miedo no era algo muy habitual en la vida de Motako.
El cuarto miembro de la expedición era, como ya indiqué antes, una maga, posiblemente la shugenja mas poderosa, y extraña, con la que el joven Hiruma se había cruzado jamás. Tampoco la primera impresión fue buena, de hecho estuvo a punto de echarla a patadas como al mendigo que parecía. Flaca, desaliñada, sucia y con la mirada un tanto perdida en ensoñaciones que solo ella veía, uno no se daba cuenta de que estaba ante una samurai ko hasta que se percataba del wakizashi que portaba en la sucia saia, y del poder que podía llegar a emanar de ella si así lo deseaba.
A pesar de ser capaz de desatar la furia de los Kami, con solo susurrar las palabras adecuadas, nunca hacía alarde de su poder y se comportaba como si el desprecio de los demás no estuviera allí. Situaciones que para otro samurai hubieran sido insultos imperdonables, ella las dejaba pasar con una sonrisa en los labios y un murmullo, que dejaba al ofensor mudo, como entreviendo que seguía vivo porque era insignificante. Kuni siempre pensaba que se podía hablar con todas las cosas, que todo el mondo podía llegar a ser amble y razonable, solo para las criatura sombrías no conocía la piedad. Era capaz de hablar, durante horas, con los campesinos y mendigos del camino de cosas triviales como la ultima plaga del arroz. Podía pasarse días enteros hablando con los bosques, con sus árboles y animales. Hasta con las rocas parlamentaba, pasaba horas enteras sentada en el suelo, lanzando puñados de tierra al viento y musitando palabras en un idioma que nadie mas entendía. Al verla cualquiera hubiera pensado que estaba loca de atar. Y así pensaba Hachiro hasta que se percató de que Kuni Yuki nunca hablaba sola.
Con esta compañía partió el joven Hiruma hacia el norte, hacia tierras Dragón. El viaje, aunque arduo y penoso como son todos los viajes en invierno, resultó sin incidentes gracias a los salvoconductos que llevaba y la fuerza de las armas que portaban. Loco habría sido el asaltante de caminos que hubiera intentado asaltar a este grupo y solo habría podido hacerlo una vez (eso si teniendo unos últimos minutos de vida muy interesantes, a la par que dolorosos). De esta manera ya llegaba el invierno a sus postrimerías cuando entraron en territorio Dragón, con los pies cansados y pensando que sus penalidades habían acabado con el viaje. De nuevo he de decir que no sabían cuán errado era ese pensamiento. (continuará...)
Capítulo 1º
CRONICA DE LOS VIAJE DE HACHIRO, SAMURAI DE LA FAMILIA HIRUMA DEL CLAN DEL CANGREJO

Prólogo

Yo, Nonino Dan, el más humilde de los discípulos del gran escriba None Dan, he sido elegido para dejar constancia de las andanzas de Hiruma Hachiro de la familia Hiruma, del Clan del Cangrejo.
Nuestra historia comienza cuando Hachiro es elegido para formar parte de la Delegación Cangrejo que habría de participar en La Gran Negociación. Este encuentro diplomático tenía como objetivo terminar con la ancestral rivalidad que se daba entre los clanes de la Grulla y del Cangrejo a raíz de la guerra que ambos mantuvieron setecientos años atrás, pues esta rivalidad era un peligro que minaba al Imperio que el Emperador no podía tolerar por mas tiempo
El lector entenderá mejor las razones de este acendrado odio entre ambos clanes si se le explican someramente las razones que llevaron a ambos gigantes a enfrentarse en una lucha fratricida. Hace setecientos años, como ya dije, los Cangrejo sufrían una fuerte ofensiva por parte de las fuerzas del Señor Oscuro, Fu Leng el Caído. Grande era la necesidad de pertrechos y provisiones para los defensores de la muralla. Tan grande que, alegando que los miembros del Clan de la Grulla habían sido negligentes en el envío de las mercancías que se los Cangrejo precisaban para mantener la muralla a salvo, las fuerzas del Clan Cangrejo atacaron las provincias más meridionales del territorio grulla y se hicieron con ellas. La Grulla por su parte negó tales acusaciones y acusó al Cangrejo de desear incrementar su territorio ilegítimamente, por lo que atacó a sus vecinos del sur para recuperar las tierras perdidas. De este modo el Clan del Cangrejo se vio sometido a una guerra en dos frentes y el Imperio vio como su frontera con las Tierras Sombrías corría peligro de caer. El Emperador tomó cartas en el asunto y detuvo el conflicto. Las tierras tomadas quedaron en manos de los Cangrejo y se prohibieron las guerras a gran escala entre los clanes. A partir de ese momento solo se permitirían pequeñas batallas para dirimir las diferencias entre clanes y siempre con autorización imperial. Esta decisión, si bien salvó al Imperio de caer en manos de Fu Leng o en una terrible guerra civil, hizo que la enemistad entre la Grulla y el Cangrejo se enconara aún más.
Pasaron setecientos años en los que ninguna de las partes en conflicto dejo pasar la ocasión para fortalecer su posición o reclamar por sus derechos. Uno de los mejores tatos que se apuntaron los Cangrejo fue la adopción de la mayor parte de la familia Yasuki, antaño Grulla, cuando, por culpa de sus dudosas actividades comerciales, fue expulsada de su clan. Con la adopción de esta familia el Cangrejo ganó el Castillo de la Grulla Negra, Yasuki Yasiki, y gran parte de los territorios anexo a él. La Familia Yasuki se convirtió en la rama de cortesanos y comerciantes de los Cangrejo, y buen servicio que hicieron a su nuevo clan ya que, dada la tosquedad proverbial de los defensores de la muralla, estos no se desempeñaban demasiado bien en esas lides. Esto no hizo sino aumentar la ya amarga enemistad que existía entre ambos clanes y que fue enquistándose con el paso de los siglos.
Previendo el cáncer que crecía en el corazón de Rokugán, el Emperador decidió poner fin a la pugna por las tierra Yasuki mediante lo que se denominó La Gran Negociación: Una reunión de representantes de todos los clanes en la que se discutiría el destino de esas tierras y de todo lo relacionado con ella, con la esperanza de que, si bien no se podría eliminar la enemistad, si que se podrían limar las asperezas más agudas. El clan anfitrión de las negociaciones, responsable del alojamiento y la seguridad de los asistentes, fue el Dragón, que prestó para ello, Shiro Kitsuki, el Castillo de Fukurokujin. Del arbitraje en la negociación, como de costumbre, se encargaría la Delegación Fénix. El resto de los clanes se decantó por uno de los dos bandos: el León apoyaba al Cangrejo, mientras que el Unicornio se alineó, como era habitual, con la Grulla. El Escorpión, como de costumbre, no parecía estar de otro lado que no fuera el suyo. (continuará...)

18.8.07


Después de mucho tiempo, volvía a estar solo. La sensación era extraña, variable. A ratos, sentía la euforia del preso liberado, del naufrago rescatado de su isla; en otras ocasiones, vértigo ante el abismo de los comienzos. Y aún había una tercera clase de momentos. Momentos dominados por el vacío, por la desidia, por la desgana, por el tedio. En esos momentos pasaban cosas por su cabeza que nunca nadie jamás pensaría que alguien como él pudiera llegar a plantearse. (“Lo dejo. Me retiro. Dimito. Entrego los trastos. ¡Que paren el puto mundo, que yo me apeo!”) Esas tres clases de estados de ánimo se sucedían sin que pudiera encontrar una explicación a la secuencia que seguían. Nada de lo que hiciera le hacia salir de esa espiral llena de altibajos en que se había convertido su vida en el último mes.
De cara al exterior supo mantener la careta de amplia sonrisa satisfecha que había cubierto su rostro la última década. Pero esa máscara empezaba a deteriorarse, a perder color, a desconcharse la pintura, a resquebrajarse la escayola. Él se daba cuenta de ello y no hacía nada por remendar su disfraz. Por una vez quería estar triste y que se notara, no tener nada que esconder, no tener que agradar a nadie con su característica afabilidad. Se había dejado llevar por lo que sentía en cada momento esperando sentirse triste durante una temporada pero, en vez de eso, se había subido en una montaña rusa emocional que no dejaba de subir y bajar y no llevaba a ningún lado.
No sabia donde iba a llegar. No sabía si el cambio iba a ser para mejor. No sabía si estaba preparado para afrontar una nueva etapa. Solo sabía una cosa: como siempre el cambio se había visto venir y el no había hecho nada para evitarlo o prepararse para lo que pudiera llegar. La jodida historia de su vida.

17.8.07

LA PARADA DE LOS FRIKIS (Y III, por fin)
Casi sin darse cuenta estaba en el suelo, con Marta arrodillada a su lado. Remigio se acercó a ellos:
-Me estoy impacientando. Sé que estabas negociando la compra del “Enano Verde”, así que no me cantes milongas no vaya a ser que me enfade. Cuando veas aGuille otra vez le vas a decir que te echas atrás. Que no tienes la pasta o algo así. Porque, si no lo haces así, mandaré a mis muchachos a por ti y te van a hacer mucha pupa. ¿Has entendido?- La respuesta no fue oída porque alguien se adelantó a Miguel. Una tranquila voz sonó a las espaldas del grupo:
- No será necesario que hagas eso. Ya no se lo voy a vender. He cambiado de opinión.- Guille entró andando tranquilamente en la plaza, aún disfrazado de elfo. No tardo ni diez segundos en ser rodeado- Has ganado Remi. Te lo venderé a ti. No quiero que le hagas daño a nadie por mi culpa. Ahora mismo… Acepto cheques.
Al gordo se le iluminó la cara al ver a Guille entrar en la plaza con un sobre pequeño, del tamaño de un naipe, en la mano.

-¿Qué me impide quitártelo ahora mismo?- dijo señalando a sus secuaces, con voz de malo de plicula de Jerry Bruckheimer- ¿Qué me impide no pagártelo?

- Pues que somos primos y que el abuelo se enteraría esta misma noche. Y ya sabes: un disgusto más y te deshereda.

Ante la mención de su abuelo, la sonrisa se borro de su cara y refunfuñando sacó una chequera del bolsillo interior de la gabardina, relleno con prisas uno de los talones. Bruscamente arrancó el cheque recién extendido y se lo pasó al elfo, este le dio el pequeño sobre. El gordo, con la frente perlada de sudor, lo abrió con gesto desconfiado y saco una pequeña cartulina con el dorso en rojo, la miró con intensidad durante un minuto y soltó otro chillidito, esta vez de satisfacción. A continuación hizo un gesto con la mano y se montó en el mercedes dorado, que arrancó bruscamente, derrapando en la gravilla de la plaza. El resto de la banda desapareció en silencio por los callejones de la urbanización en construcción. Ni siquiera se llevaron el bolso de Marta, que estaba tirado en la grava, cubierto de polvo. En treinta segundos se habían quedado solos, y durante un rato nadie dijo nada. Fue Guille el que rompió el silencio.

- Ya podéis salir- gritó- Ha funcionado.

De uno de los chalets salieron Jorge, el jedi, y el dueño de la cafetería, aun disfrazado de klingon. Parecían muy divertidos.

- La próxima vez te metes tu en estos berenjenales- dijo Guille- Casi me cago en los calzones, y son de seda natural.- Efectivamente, el elfo parecía haber perdido todo su aplomo. Estaba pálido y sudaba.
-Recuerda que tu solo te metiste es el lió.
- Yo solo le tomé un poco el pelo, y el muy idiota se lo creyó
- ¿Cómo que le tomasteis el pelo?- terció Marta- ¡Ese energúmeno casi nos mata y fue por vuestra culpa!- Se quedó con la boca abierta, el hermoso gesto distorsionado por la rabia y el miedo. Esperaba que Miguel hiciera algo, pero no lo que pasó a continuación.
- ¿El Enano Verde?- susurró como para sí. Luego gritó- ¡No puede ser que Remi sea tan tonto! ¡Es bobo pero no tanto!
- Lo es. Aquí el hijo de Feanor, en mitad de una borrachera descomunal, le dijo que tenía un “Enano Verde”, la carta definitiva, la carta con la que no se puede perder en el juego más friki-infecto que se haya inventado: El Reino.
- ¡Pero si no llegó a salir! Los probadores del juego la echaron atrás porque se pasaba tres pueblos. Nadie sabe cómo es esa carta.
- Yo si- dijo Guillermo- porque soy uno de los probadores. Le dije que había afanado una. Así que imagínate la emoción que sintio esa bola de sebo cuando se enteró de que yo tenía un “Enano Verde”. Empezó a presionarme para que se lo vendiera, pero claro, no había nada que vender salvo la fotocopia a color que pude hacerle. Mi contrato era muy estricto y me hubiera metido en un lió si extravío una de las cartas nuevas.
- Entonces la carta que le has dado hoy… ¿Es falsa?- Miguel no salía de su asombro.
- Igual de falsa que el cheque que le ha dado a Guillermo-dijo Carlos- De modo que estamos en paz. Aunque no creo que piensen así los amigos de tu primo cuando este descubra que le has timado, hoy esperaban cobrar. Lleva meses sin pagar la cuota y creo que esta noche su circulo de amistades se va a ver drásticamente disminuido.
-Pero… ¿como sabíais que iría detrás nuestra?- dijo Miguel. Aquello era lo que más le intrigaba.
- Pues porque tenemos a nuestro primo bajo vigilancia desde que contrató a esos bestias- dijo Carlos- Se ha desviado del camino de los verdaderos frikis, se guía más por el dinero que por la diversión. Necesita que alguien cuide de que no se haga daño ni haga daño a los demás. Aquí el camarada klingon es detective privado y cuida de ello con la discreccion requerida. En cuanto vio que os perseguían y que no lo podía evitar él solo, nos llamó. Decidimos que lo único que serviría para aplacar a ese memo era darle lo que estaba buscando.
Sin decir más salieron de la plaza. El coche de Carlos, un destartalado Seat Fura, estaba aparcado no muy lejos de allí. Acercaron primero a Marta a su casa. No había dicho nada en todo el viaje y salió a toda prisa, sin despedirse de nadie y dando un portazo que casi hace volcar el coche.
- Lamento tener que decirte esto, Miguel- dijo Carlos- pero el que tu novia sea un bombón no le da derecho a ser tan jodidamente maleducada, si se me permite la expresión.- Miguel no dijo nada, y eso le extrañó. Desde que salía con Marta se comportaba como un pero guardian cuando alguien osaba a decir algo de Marta que no fuera bonito.
A él también le dejaron en la puerta de su casa, no sin antes hacerle prometer que vendría a las jornadas de puertas abiertas de la asociación, una semana después. Ilusionado por la posibilidad de hacer algo que, por una vez, le divirtiera a él, decidió cumplir la promesa.
Y el resto es tal y como se podría esperar. Marta estuvo distante unos cuantos días, luego trató de que todo volviera a ser como antes, con ella a las riendas y Miguel con las orejeras puestas. Pero no pudo ser. Como un mes después del asalto, quedó con Miguel y empezó la conversación con un “tenemos que hablar” premonitorio. Le dijo que se sentía constreñida, que necesitaba espacio, que él en realidad no la quería. En definitiva, que dejándole no le hacia otra cosa que un favor. Esta conversación, dos meses atrás, le hubiera destrozado el corazón y lo hubiera dejado hecho un guiñapo. Pero las cosas habían cambiado. Era libre, le dolía que lo dejaran, claro está, pero sabia que no tenía porqué estar solo, que había gente que lo acogería y que no le importaría que su personaje favorito del El Señor de los Anillos fuera Tom Bombadil (aunque eso acarreara terribles discusiones, regadas con cerveza, que se alargarían hasta altas horas de la madrugada). Miguel había vuelto a la tribu y se sentía bien. Comenzó a asistir regularmente, ya como socio, a las reuniones de la Asociación de Rol y Estrategia “Masacre Ewok”. Los primeros dias iba vestido de paisano y, al poco tiempo, como se sentía fuera de lugar, desempolvó su traje de tweed corte Cuaderna del Sur y se compró unas orejas picudas nuevas.
Las primeras semasas tras la ruptura fueros difíciles para él, pero esa etapa se acabó cuando realizó una serie de importantes descubrimientos:
Primero, Marta ya no importaba tanto, ya no dominaba todos y cada uno de sus pensamientos. Una persona que te obliga a ser lo que no eres no puede quererte demasiado.
Otro importante hallazgo se refería a aquella extraña sensación estomacal que Marta le producía. Descubrió que no era amor. La pasión nada tenía que ver con aquello. Descubrió que las tripas se le encogían cuando Marta dominaba la escena, por otro estado de ánimo: el Tedio. Le producía un aburrimiento tan profundo y soporífero que hacía necesaria la ingestión de protectores estomacales para no producir una úlcera.
Y el tercer y definitivo descubrimiento resultó ser que no todo es lo que parece. Que debajo de una trabajada máscara de Uruk-hai y una pesada armadura de cuero, puede haber una señorita interesada en secuestrarlo, echárselo al hombro y llevarlo, a través de Rohan, hasta donde les llevasen sus claveteados zapatos de hierro. Y que ,con mucho gusto, él se dejaría.

3.5.07

LA PARADA DE LOS FRIKIS (II)
Ese algo resultó ser un destartalado Mercedes de color dorado, que con un asmático acelerón, irrumpió en la plaza. De él bajo un tipo enorme que, a Miguel, le recordó vivamente a Horatius J. Reilly. Se trataba de un tipo casi tan alto como ancho, de cara redonda, con ojillos de cerdito y boca pequeña, cubierta por un tremendo bigotazo, en el que se veían restos de sus última y penúltima comida. Vestía con lo que parecían saldos de saldos y, para la ocasión, había elegido lo que parecía ser un viejo sombrero años 40, ajado y hecho un higo, a juego con la gabardina, probablemente gris, que colgaba de su brazo. Y lo más grave de todo es que a Miguel le sonaba de algo, pero el terror no le dejaba pasar de la sensación de dejà vu.
- Buenas noches- su voz, nasal y chillona, lo sobresaltó, definitivamente ese desagradable tono ya le había asqueado antes- No voy a andarme con rodeos: Os voy a contar una historia. Luego, voy a haceros un par de preguntas. Si me gusta la respuesta, os vais. Si no… bueno no creo que sea necesario explicaros lo que pasará, ¿verdad?
¡Joder! La situación comenzaba a parecerse a “El Halcón Maltés”: Un estrafalario malvado los asaltaba y le iba a interrogar sobre algo de lo que, casi con total seguridad, no tendría ni idea. La pregunta “¿Qué haría Sam Spade en similar situación?” no dejaba de pasearse por su cráneo. Durante unos frenéticos segundos, analizó fríamente todas las posibles repuestas. Si bien resultaban terriblemente interesantes, acababan con una larga y dolorosa estancia en el hospital, o peor aún, compartiendo destino con Jimy Hoffa, como parte de los cimientos de un chalet muy cuco situado a las afueras. De modo que, en lugar de actuar como el tipo duro que no era, decidió guardar silencio y escuchar. Decidió parecer sereno, y tranquilo. En definitiva, respirar unos minutos mas, con todas las costillas enteras por añadidura, no le iba a hacer daño a nadie.
- ¿Pero…, qué quiere este tío?- susurró Marta mientras se acurrucaba aún más a la espalda de Miguel.
- Ni puñetera idea, cariño. Ni puñetera idea.- El gordo siguió hablando:
- Te he visto charlando muy animadamente con dos personas con las que ardo en deseos de hacer negocios. Pero no son razonables, a pesar de que mis ofertas no pueden ser mejores. Eso me exaspera y me hace pensar. Y, pensando estaba yo, cuando te he visto en animada parla con esos dos, que no son precisamente las que uno esperaría encontrar en vuestro círculo de amistades. “¿Que pueden tener en común este pimpollo y esos dos inadaptados?” Cuanto más lo pensaba, más claro me resultaba que no podía ser otra cosa que lo que tienen en común todos los seres humanos: La codicia.
Soltó este discurso de malo de peli de James Bond sin respirar, como si tuviera doce años y estuviera representando un papel en la obra de teatro de la fiesta de fin de curso. No paraba de mirar a sus “hombres”, buscando su aprobación. Estos parecían estar divirtiéndose casi tanto con las presas recién capturadas como con su “Jefe”, lo cual hacia que la situación se volviera rara por momentos. Miguel eligió el momento en que algunos de ellos se reían para romper su silencio.
- Oye, llévate mi cartera y su bolso y déjanos ir, no creo que nada de los que haya podido hablar con los de Masacre Ewok pueda interesarte.- Trató de parecer firme y sereno, en plan “no tengo miedo pero sé que no puedo hacer nada para evitar que me desvalijen”.
El gordo resopló y soltó un chillidito, como de cochinillo enfurruñado. Ese desagradable gritito fue lo que hizo que Miguel reconociera al sujeto en cuestión. El reconocer a su captor como Remigio Estévez aumento los niveles de onirismo hasta cotas desmesuradas. No podía ser que, a pesar de ser el peor espécimen de friki que la madre Gea hubiera engendrado, se hubiera mezclado con una banda de asaltantes nocturnos. Conocía a Remigio por haber sido fundador de “El Ojo de Odin”, una asociación de pretenciosos amantes de la fantasía medieval, la ciencia ficción y los juegos de estrategia, que duró lo que un gamorreano en la cueva del Rancor, por la manía de Remigio de acaparar toda la atención y desprestigiar a todo aquel que pudiera hacerle sombra. Aquel despliegue de mala leche y cuchicheos llevo a la asociación a la ruina ya que, en vez de reunirse para jugar, organizar actividades, en definitiva... ¡HACER COSAS!, todos los socios acabaron formando grupitos para maquinar mezquinas alianzas y traiciones. Ellos pensaban que lo que hacían era conspirar, como si de la Corte del emperador Atreides en Dune se tratara. La realidad era que se habían convertido en un patio de escuela para niños grandes.
Miguel asistió, en calidad de invitado, a un par de reuniones, tras las cuales surgió el rumor de que iba detrás de la novia de uno de los socios (120 kilos de músculo dedicado a jugar al rugby) y decidió no volver a pisar un lugar con una atmósfera tan insana (sobre todo para sus piernas).

-¿Remigio?- dijo, cuando se repuso de la sorpresa- ¿Eres tú?- El otro, cuando se oyó llamar así, enrojeció. Llegado este punto, sus supuestos secuaces se desternillaban.
- Ya no me llamo así. Ahora soy Mr Disorder y te ordeno ahora mismo que me digas de qué habéis estado hablando Jorge, Guille y tú esta tarde.- la voz le temblaba, pero Miguel no sabría decir si era por ira o por miedo. A todo esto Marta no paraba de lloriquear a su espalda: “¡Lo sabía! ¡Lo sabía! Esa gente rara no podía traer mas que mierda.” Se apretó aun más a Miguel, aterrorizada y sin dejar de llorar.
Al oír el nombre “Mr Disorder” Miguel tuvo que reprimir una carcajada. Cuando se sobrepuso, pudo responder:
- Mira Remi. He conocido esos dos esta misma tarde. La conversación versó sobre las habilidades guerreras de los Noldor en la Segunda Edad de la Tierra Media. No se que clase de negocios iba a poder llevar a cabo un domingo por la tarde en la cafetería de un cine. Te has colado, tío.

El tono de la respuesta quedó bastante lejos del que se considera apropiado para evitar que un grupo de cabrones te rompan las piernas, y así se lo hicieron saber a Miguel con un fuerte puñetazo en los riñones. La paliza parecía a punto de dar comienzo.

(Continuará)

1.4.07


LA PARADA DE LOS FRIKIS


No llamar a un taxi fue un error. Convencerse de que por un paraje oscuro y solitario no iba a haber gente con aviesas intenciones, y un malsano amor por lo ajeno, tampoco puede considerarse muestra de buen juicio. Y ahora, parafraseando a un buen hobbit con mucho mas sentido común que el, estaba “metido en un buen brete”.
La situación se presentaba como sigue: domingo, más allá de la medianoche, a la salida de un cine situado en un polígono comercial en mitad de ninguna parte y, por cortesía del ayuntamiento, un horario de autobuses nocturnos organizado siguiendo las indicaciones de un tablero ouija. Con lo que, tras una espera de cuarenta minutos en al lado del poste que marcaba la parada, Miguel y su novia Marta decidieron ir paseando hasta la parada de metro mas cercana, situada a unos dos kilómetros de descampado y chalets en obras porque “…a estas horas seguro que no pasa nadie por ahí y, si no pasa nadie, ¿por qué iba a haber ladrones en la zona?...” Atolondrado razonamiento que puso a la pareja en mitad de la zona de caza de una de las bandas de asaltantes más violentas de la ciudad. De ahí que ahora corrieran como posesos, sin saber adonde ir y sin atreverse a mirar atrás (el ruido de pasos a la carrera, y las amenazas, eran prueba más que suficiente de la cercanía y el enfado de los perseguidores).
La tarde había resultado razonablemente agradable. Se cumplían seis meses desde que empezara a salir con Marta Llopis, la chica más codiciada de clase (metro sesenta, pelo negro, piel pálida, ojos verdes), y ella había decidido celebrar un “no-aniversario”. Idea que a Miguel le parecía una soplapollez, pero que en boca de Marta sonaba como el plan más maravilloso del mundo. A decir verdad, con Miguel ocurría algo curioso: Cuando Marta no estaba, Miguel era una persona divertida y agradable. Ocurrente. El perfecto compañero de mus y cañas. Pero era aparecer la Srta. Llopis, y convertirse en un soso y aburrido estudiante de Contabilidad, con menos conversación que un geranio en un tiesto y una insoportable, boba e innecesaria expresión de felicidad en la cara. De esto el no se daba cuenta, más allá de sentir una rara sensación en la boca del estómago, que se daba en los raros momentos en que se zafaba del embobamiento. Pero el lo confundía con “las mariposas en la tripa” que, dicen, se sienten cuando te enamoras.
Como siempre Marta era germánicamente puntual: siempre cuarenta y cinco minutos tarde. Se había adelantado a comprar las entradas y, conociendo el percal, calculó que solo llegarían a ver último pase de la sesuda película iraní que Marta había elegido. Esto resultó ser una suerte, porque, conociendo los gustos de su chica, iba a necesitar de todo el café que pudiera beberse en ese plazo.
“Bueno… Al menos esta vez no es una en versión original. No aparecía el V.O.S. por ninguna parte” iba pensando mientras se dirigía a por su dosis de cafeína.
La cafetería estaba llena y la parroquia no podía ser más peculiar: Un grupo de gente de mediana edad (entre 25 y 45 años), disfrazados (elfos, ewoks, caballeros jedi, tripulantes de la Enterprise, algún superhéroe e, incluso, una horda orca), discutiendo acaloradamente sobre cuestiones tan trascendentales como: “¿Es el Halcón Milenario más rápido que la nave del Capitán Kirk?” o “¿cómo es posible que el Emperador no encontrara a Yoda en su retiro en Dagoobah?” o “¿hicieron los elfos bien partiendo de Aman?. Un enorme grupo de encantadores frikis, de perritos débiles de la camada, unidos por sus gustos raros y su falta de habilidades sociales (con gente no-friki, se entiende). En definitiva, su antigua tribu, de la cual desertó cuando Marta posó sus ojos en él y dijo “¿Me dejas los apuntes de micro superior?”. Una punzada de nostalgia se unió a la extraña sensación antes comentada (que había empezado a molestar al darse cuenta de que la película no tenía subtítulos porque… ¡NO TENÍA DIÁLOGOS!)

- ¡Que sí, tío! ¡Que si se lo cruza lo cruje!- bramaba un “orejas picudas”, perdiendo la elegancia y el aplomo que se presuponen a la Antigua Raza. Su interlocutor, un paciente jedi clavadito a Ewan McGregor, respondió:
-No lo creo. Por mucho que Feanor fuera la leche, Melkor era un Vala, y a un Vala solo lo vence otro Vala. Y menos en ese momento, con sus poderes casi intactos.

No lo pudo evitar. Algo se removió dentro de el. De repente Miguel, que había renegado de “esa panda de inadaptados”, se encontró diciendo:

-No hay más que ver lo que le pasó a Fingolfin, que no era peor guerrero que su hermanastro y que, además, contaba con unos cuantos siglos más de experiencia de combate. Se enfrentó a Morgoth y cayó, lo hirió gravemente, pero cayó.

Ambos conversadores se quedaron callados, mientras parecían analizar al que con tanta impertinencia (al menos a los ojos del elfo) había interrumpido su vibrante discusión. El estudio duro un eterno minuto, al final del cual el jedi dijo:

- Si te apetece participar, creo que deberías sentarte con nosotros. Si no, te vas a quedar afónico y yo necesito a alguien que me ayude a hacer entrar en razón a este testarudo hijo de Finwe.

Sin pensarlo dos veces Miguel se sentó a su mesa y con ellos departió, durante cuarenta y cinco maravillosos minutos, sobre su tema favorito: Tolkien, la Tierra Media y todas sus circunstancias. Tras ese breve período de felicidad, apareció Marta y lo sacó de allí, con bastante mala cara y sin siquiera presentarse a los acompañantes de su novio. De hecho, no dijo nada hasta que entraron en la sala del cine, a parte de un demoledor “A ver con quién te juntas, que a este cine viene mucha gente que me conoce”. Miguel asintió y entró a ver la “colorista y estéticamente radical” película iraní.
A la salida la tribu continuaba reunida (eran una asociación que había fundado el dueño de la cafetería, un klingon gordo y malhumorado) y Marta entró a comprar tabaco, seguida de Miguel, que a esas alturas parecía un cocker sobredesarrollado y muy bien educado. El elfo se le cercó, pero no llegó a decir nada. Cayó fulminado por una mortal mirada de color verde, que llegó acompañada por estas palabras:
-¡Que gente tan rara! ¿Cómo podrán salir a la calle así vestidos? No lo entiendo.
Esa fue, a grandes trazos, la agradable velada del domingo. Luego vino la espera del autobús (“… A ver cuándo te sacas el carné, que así no hay manera de ir a ningún sitio…”), el paseo a la luz de la luna y la huída atropellada hacia ninguna parte. Bueno, esto no es del todo cierto, si que llegaron a alguna parte: Adonde los asaltantes pretendían. La loca carrera los llevó a una plazoleta, rodeada de casas en construcción, cuya salida estaba prevista se construyera a finales de 2008. Una vez se dieron cuenta de que la presa no tenía escapatoria, la jauría dejó de correr. En silencio entraron en la plaza y los rodearon, siempre cuidando de quedar ocultos o a contraluz. Estaban tranquilos, todo había salido según lo planeado y ahora tendrían su recompensa. Pero ninguno hizo ademán de acercarse a ellos, simplemente no los dejaban escapar, como si esperaran algo… (Continuará)

5.3.07

DECISIONES Y FORMAS O ¿POR QUÉ, TÍO?

Antes de empezar quisiera pedir disculpas a los que esto leéis, que alguno habrá, por haber faltado a la promesa que hice de publicar al menos una vez por semana. No volverá a pasar.

En segundo lugar también voy a pedir disculpas. Esta vez a mi mismo, por faltar a una promesa que me hice cuando volví a publicar. Por desencuentros relacionados con este tipo de medio de comunicación, vi involucrados a algunos de mis mejores amigos en un berenjenal de lo más desagradable simplemente porque una persona, con una impresión equivocada y/o distorsionada de ciertos hechos, se vio en la obligación moral de echarles un rapapolvo en su blog. Fue muy desagradable, y por ello me prometí a mi mismo no hacer nada parecido en este lugar de esparcimiento que espero sea NO ME GUSTA QUE PINTEN A LOS ELEFANTES. Pues en esta ocasión voy a hacer una excepción al respecto porque personas a las que quiero mucho están sufriendo un injustificado maltrato por parte de alguien que, además, debería ser el último en tratarlas así. De modo que ahora vamos a lo que nos ocupa.

Decisiones y formas. Todos tomamos decisiones, la vida se basa en ello. Es más, diría que no sólo se basa en las decisiones en sí, sino también en las formas que adoptamos a la hora de tomar una decisión o dejar de tomarla.
Últimamente yo mismo he tomado decisiones importantes, que condicionarán el resto de mi vida. Puede parecer demasiado dramático pero es cierto, de modo que estoy especialmente sensible a la hora de analizar y encarar las decisiones que veo toman los demás, y sobre todo las formas que adoptan. Y, perdóneme aquel que crea que estoy cayendo en un juicio de valor, creo que la mayoría de las veces optamos por el camino fácil, que es, a menudo, el equivocado, el camino en el que, para obtener nuestros fines, machacamos a los que se nos cruzan en un ejercicio absurdo de egoísmo y estupidez.
La persona en particular a la que este escrito se refiere ha decidido distanciarse de gente que en los últimos meses han sido su círculo más cercano, su único apoyo en los malos momentos (y esta persona tiene muchos), aún cuando hubiera momentos en los que maldita gracia les hacía encarar los problemas de otro (ya tenían más que suficiente con los suyos, doy fe de ello). Esta decisión puede parecer desafortunada, no voy a juzgarla, pero lo que no puedo dejar de hacer es emitir mi opinión (y si veo pertinente juzgar, juzgaré) en lo referente al modo en que ha sido llevada a cabo, pues me parece que se ha tratado de manera injusta a gente a la que quiero, y lo que es peor, se les ha hecho daño y se les ha intentado dejar por malas personas. Y en ese caso siempre podrán contar con mi espada (no puedo dejar de ser friki ni cuando estoy serio, diantre).
Voy a decir lo que pienso, basándome en lo que he visto, y se lo voy a decir directamente a la persona implicada para que venga a pedirme explicaciones si así lo estima oportuno (y porque me cuesta menos escribir de esta manera).
Porque, querido papanatas, no se puede vampirizar afecto a dos personas que te querían y se preocupaban por ti mas allá de lo que exige la más intima de las amistades, para luego, cuando empiezan a exigir la mas mínima reciprocidad (en eso consiste la amistad, estimado membrillo) te dé pereza y decidas dejarlas. De todas formas, esto no es lo que más me irrita, simplemente podías haber quedado como un egoísta más que, una vez usados, deja de lado a la gente, exprimidos y decepcionados. Tú has ido más allá, has buscado nuevas víctimas, ya que para no quedar mal te has inventado imaginarias ofensas que nadie ha visto (o al menos yo no he visto, y he estado con vosotros mucho tiempo) de modo que gente que en estos momentos no estaban conectados a tu entorno te sirvieran como nuevos surtidores de energía (los amigos no son estaciones de servicio, ¡besugo!) , ya que no eres capaz de vivir sin fagocitar las energías de otras personas, hasta que se sienten tan miserables como tú. Ése, creo, ha sido el punto de inflexión en tu relación con estas personas, cuando todos estabais bien jodidos tú eras, mezquinamente, un poquito más feliz viendo que a tu alrededor la gente también se sentía desgraciada y simpatizaba contigo cien por cien. Cuando esa misma gente empieza a levantar el vuelo, tú, en vez de alegrarte, te dedicas a exigir más y más atención, y cuando no te la dan te enfadas y te montas la película. Tengo que reconocer una cosa: como parásito emocional no tienes precio, figura, pero aquí te has equivocado de medio a medio y te va a costar arreglarlo, si es que puedes. Sólo espero que la decisión que has tomado la hayas tomado tú solito, ya que si te han aconsejado hacer lo que has hecho, no creo que lo hayan hecho personas que de verdad te aprecien como te apreciaban, como te querían, estas dos a las que has perdido, probablemente para siempre.
Para terminar, otra ronda de disculpas. Pido disculpas por adelantado por si a alguien esta carta le parece inconveniente. Si alguien se siente insultado y/o aludido, ya saben dónde encontrarme, y estaré dispuesto a dar todas las explicaciones que se me exijan y a pedir perdón si es pertinente y me he equivocado.
Con esto me despido, esperando no tener que escribir nunca más nada parecido.

13.2.07

ME DESPIDO DE TI Y ME VOY

Utilizo este titular para remarcar mi desprecio ante la empresa que hasta hace unos días pagaba por mis sudores. Todos aquellos que me conocen saben que cuando oigo a esa caja de gemidos falta de amigos (porque un amigo te da una colleja y te recomienda buscar otra profesión mas provechosa) llamada Julieta Venegas, cantando esa tonadilla así titulada, se me llevan los demonios y se me olvida que con respecto a la violencia soy casi cuáquero. Pues así titulo este articulo porque nunca jamás había participado en un engaño de un calibre tal como el servicio de “atención al cliente” de movistar y no deseaba que el título fuera algo que no evocara a algo francamente deleznable y engañoso.

Y es que el engaño ya empieza en el nombre de mi ocupación: servicio de atención al cliente. Nada más lejano de la realidad, pues la impresión que da es que la “plataforma” no era más que la barbacana de una fortaleza destinada repeler las hordas de clientes descontentos. Si bien es cierto que un porcentaje alto de los clientes eran, o bien unos jetas que desean aparatitos y prebendas no merecidas (algo muy español por otra parte), o bien perezosos despistados que llaman porque se aburren, con que solo hubiera uno al día en cuyo caso supiera que se estaba cometiendo un injusticia ya me iba a casa amargado. Porque, claro está, no se podía acudir a ninguna otra instancia, las instrucciones remitían cada dos por tres bien al distribuidor o bien a la infalibilidad de los métodos de facturación y medición de las llamadas. Las falta de información dada a los clientes cuando contratan tampoco ayuda. Con decir que todo esta en Internet ya vale, pero cuando eso se lo dices a un señor de mas de 70 el pobre se queda de pasta de boniato. No nos engañemos, en este país, al menos hasta hace poco, los padres tenían hijos para que les programaran el vídeo. De hecho, cada vez que veo uno de esos reportajes de ancianitos delante de un ordenador me parece que son siempre los mismos a los que, con el cambio de milenio, dieron un bocata por estar con cara de interés delante de una pantalla el tiempo justo para grabar reportajes sociales suficientes para una década(fijaos a ver si me equivoco). Y, aun en estos casos, me decían que no diera toda la información. Que lo miraran ellos. Porque si no lo hacía así subía el tiempo medio de atención y no llegábamos a cumplir para llegar a incentivos (ojo, nunca me lo dijeron así, pero es la lectura que a mí me llegaba ante la insistencia con lo de los tiempos) ¡Y yo que pensaba que hacia bien mi trabajo si el cliente se iba tranquilo con toda la información posible!

Para terminar, sin embargo, he de decir que la razón principal de que abandonara el trabajo ha sido egoísta. Ni siquiera el Opencor, un trabajo en el que echaba más horas que un tonto, mal pagado y físicamente agotado, había conseguido agriarme el carácter. No pagaban suficiente para que a mi me saliera una úlcera y mi familia, amigos y demás tengan que sufrir a un alienado currante a borde del ataque de ira constantemente.

Ufff, que a gusto me he quedado

30.1.07

NOS DEBEIS UN CUENTACUENTOS
El viernes por la noche se celebró el vigésimo séptimo cumpleaños de Ruth, esa maravillosa muchacha (27 años no son tantos, o al menos así lo espero) de profesión veterinaria y de afición sus masajes (sus de ella, quiero decir a ella y principalmente en los pies). La celebración se desarrolló en un local bastante cuco y más helado que sorbete de lima situado junto al Mercado de Jesuitas, y en ella se celebró un cuentacuentos, bailes orientales, exhibición de air guitar y levantamiento de vidrio en barra. Todo fue a la perfección, al menos yo me lo pase como un enano, pero hubo una cosilla que me dejó mal sabor de boca y que os pido me ayudéis a subsanar.
Lo que ocurrió fue que des pues de dos horas de baile cuenta cuentos y demás, hubo un momento en que todo el mundo quería entregar sus regalos a la homenajeada y marcharse a casa porque ya era tarde. En todo su derecho estaban pero no se percataron que aun quedaban dos cuentos por relatarse: el mío y el de Pedro Corpa.
A mi personalmente tampoco me importa tanto, el cuento, como mas tarde veréis no es gran cosa, se cuenta en cinco minutos y me lo preparé esa misma mañana mientras iba a trabajar, además como yo era un contador con el que no se contaba (perdón por el retruécano) tampoco me extrañó demasiado . Pero en el caso del cuento de Pedro me da mas rabia porque el si que iba a contar desde el principio y se fue un poco dolido por no haberlo podido hacer dadas las horas que eran.
De este modo anuncio que voy a tratar de organizar un cuentacuentos al que estáis todos invitados, como público o como contador, para subsanar este error y quitarme el gusanillo de las tablas (hace años que no me subo a un escenario).Aun no se ni donde ni cuando pero os exijo que, si os interesa, me deis el coñazo hasta que me mueva y lo haga.
La otra razón de este artículo es mostraros el cuento que elegí, prácticamente al azar para mi actuación. Ya me diréis que os parece a mi me hizo gracia.
El Rabino de janowo
Una vez salió el rabino de Janowo en tartana a la feria de Pantschowa, con intención de pernoctar en Mokri.
Esto es una cosa que a primera vista parece tan sencilla como coser y cantar. Pero en la realidad sucede que cuando hay feria en Pantschowa, allá van todos los judíos, y cada vez que allí van los judíos, pernoctan indefectiblemente todos en Mokri. Por eso, cuando el rabino llegó a este pueblo se encontró con que no había en la posada un palmo desocupado y no le quedó más remedio que resignarse a pasar la noche en su tartana dentro de un pajar.
Moisesillo Bandwurn, el cochero, metió el carruaje al abrigo del tejado, ató los caballos a la lanza con la cabeza vuelta hacia la tartana para que pudiesen tomar su pienso del pesebrillo delantero, dispuso lecho para el rabino dentro del carruaje y debajo de él para sí, y con esto había llegado la noche.
Luego que el rabino hubo rezado sus preces, dijo:
-- ¿Has rezado para que no nos roben los caballos, Moisesillo?
-- No, maestro.
-- Pues reza con fervor y..., además, cuida de atar bien el tiro.
Hizo el cochero lo que le habían mandado, y no bien hubo terminado volvió el rabino a la carga.
-- Moisesillo: si has rezado con verdadero fervor y no te has olvidado de atar los caballos que mejor supiste y, además, te mantienes en vela y ojo alerta, entonces, a pesar del peligro que consigo trae este desorden de las ferias, es posible que no nos roben los animales.
Descanse el maestro --contestó Moisesillo --, que yo no pegaré ojo ni dejaré de estar al tanto...
Llevose entonces el rabino ambas manos a la cabeza, murmuró unas últimas preces y, lentamente, subió a la tartana.
A esto de media noche despertó el rabino en su incómodo lecho sobresaltado por unos ladridos de perro, y llamó a Moisesillo:
-- ¿Qué queréis maestro?
-- ¿Dormías Moisesillo?
-- No, maestro.
-- ¿Qué haces entonces?
-- Estaba meditando, maestro.
-- ¿Y sobre qué meditabas Moisesillo?
-- Pues estaba pensando...., estaba pensando en... adónde irá a parar la cera cuando una vela se consume
-- Muy bien. Mientras se te ocurra pensar en cosas tan interesantes seguro estoy de que no te dormirás
-- aprobó el rabino, curado del sobresalto y volviéndose del otro lado para dormir tranquilamente.

Una fría corriente de aire penetró por los resquicios de la mal ensamblada puerta del pajar y el rabino volvió a despertarse.
-- ¡Eh, Moisesillo! -- llamó.
-- ¿Qué quieres, maestro?
-- ¿Duermes, Moisesillo?
-- No, maestro.
-- ¿Qué haces entonces?
-- Meditando, maestro.
-- ¿Y en qué meditas?
-- Pienso..., pienso... en adónde va a parar la madera de las tablas que desaparece al par paso a los clavos.
-- No está mal. Mientras tengas buenas ocurrencias, ya se yo que no te dormirás -- dijo el rabino, volviéndose aliviado del otro costado


Empezaban a palidecer las estrellas cuando el canto del gallo despertó al rabino.
-- ¡Eh, Moisesillo! -- llamó.
-- ¿Qué deseáis, maestro?
-- ¿Dormías, Moisesillo?
-- No, maestro.
-- ¿Qué hacías entonces?
-- Meditaba, maestro.
-- ¿Y en qué piensas, Moisesillo?
-- Maestro...: si he decir la verdad, pienso..., pienso... en que las puertas están bien cerradas, en que aquí nada se ha movido y, sin embargo..., ¿a dónde han ido a parar los caballos?
CUENTOS DE Judíos. REB NACHMAN DE BRATZLAV.

25.1.07

PRESENTACION II (¿LO VOLVEMOS A INTENTAR?)

Tal y como me temía el impulso de escribir se me acabo a los tres artículos (y el primero era la presentación) y es que soy un hindú inconstante. Llevo sin escribir nada desde julio y en este tiempo he llegado a conocer mejor a algunos “blogueros” de los que voy a intentar aprender a mantener activo este pequeño rincón. Y es que me he dado cuenta de que el blog no es solo un monumento al ego, aunque tenga algo de ello, sino que es un lugar que requiere un esfuerzo, un compromiso. Y eso es lo que voy a hacer: comprometerme. Empezare por estos dos puntos.

Me comprometo a escribir un articulo por semana (ya se que no es mucho pero no me atrevo a exigirme mas porque me conozco).

Me comprometo a aprender a usar todas las herramientas a mi disposición, de modo que esto no solo sea un lugar donde leer las diatribas de este hindú atribulado, sino donde pasar un ratito agradable. (Videos, youtube, fotos e ilustraciones,…)

Por ahora, aunque sea trampa, ya he cumplido por esta semana y os pido una cosa si leéis esto y no lo cumplo me comprometo a recibir una colleja y dar las gracias. Un abrazo y muchas gracias a todos los que leeis a este torpe hindú que ha perdido su sitar.