27.9.07

EL BUFÓN Y LA REINA (II)

A ver si lo he entendido bien!” Grita, la voz vibrante restalla contra los muros. Vuestra pomposidad, señor Conde de Armigia, en un alarde de magnanimidad, viene aquí, se planta ante nuestras puertas después de ganar una guerra injusta, hecha a vuestra mezquina medida, y pone a nuestros caballeros ante la tesitura de faltar a la palabra, robada a la fuerza, y salvar a la Reina y su familia, o ser fieles al ese ruin juramento y entregar el trono a vuestras grasientas manos.” Hace una pausa.
“¡Barato lo fiáis, melindroso Conde! Pues no habrá que esperar que alguno de los fieles caballeros carpatianos falte a su palabra. La Reina tiene a su disposición a un campeón que no ha empeñado su palabra en un vacuo juramento, hecho esperando que el receptor de tal palabra la use con igual nobleza. ¡Acepto el desafío!” La poderosa voz parece sumir a todos los presentes en un encantamiento de roca. Nadie se mueve tras oír como un simple bufón ha ofendido gravemente al Conde y se ha atrevido a aceptar un reto reservado a la más alta cuna de la nobleza del país.
El Heraldo vuelve a hablar, tras reponerse de la sorpresa inicial. “¡Rata cubierta de harapos! ¿Cómo te atreves a mancillar este noble acto con tu sucia lengua? ¿Cómo osas en nombrar al Gran Conde Adam con ese desprecio? Bien saben todos que solo un caballero de Armigia puede ser Campeón de la Reina y, para ello, ha de ser noble y haber sido ordenado por el rey legítimo. Nadie espera que cumpláis siquiera una de las dos condiciones. De este modo os conmino a retirar esas palabras si no queréis acabar vuestros días en el potro.”
De nuevo todos miran al Bardo Manco. Este se ha bajado del mástil y ahora se alisa, distraído, las vestiduras, mientras el Heraldo lo amenaza con la más dolorosa de las muertes. A continuación, se sube a una de las almenas y vuelve a hablar con su clara voz.
“¡Ah, Heraldo venido de lejanas tierras! Os perdono por vuestra ignorancia, ya que vuestra casa esta muy lejos de aquí y no habéis oído hablar del viejo marquesado del Monte Blanco. Este malhadado marquesado cayó en manos de los bárbaros del norte hace ya veinticinco años, todos sus habitantes fueron pasados a cuchillos o vendidos como esclavos, y todas sus tierras son ahora un yermo en el que vagan los lobos y los fantasmas de los caídos.”
“Pues bien, el viejo Marques Hernán, al ver que no podía repeler a los invasores, pidió ayuda a su amigo, el rey de Carpatia, Ricardo el Gran Dogo, que acudió en su ayuda con toda la premura que aquel crudo invierno le permitió. Desgraciadamente, no fue todo lo rápido que los del Monte Blanco hubieran deseado. De todas formas, llegó a tiempo para liberar a buen número de esclavos y para dar un severo escarmiento a los bárbaros que, en mitad de la borrachera, fueron borrados del mapa tan contundentemente que aun piensan que fue cosa de brujería y esas tierras no han vuelto a ser mancilladas por sus impíos pies. Entre los refugiados se hallaba un soldado de la vieja guardia del Marqués que guardaba como al más preciado tesoro a un enclenque niño, medio muerto de hambre y frío, que resulto ser el último vástago de esa rancia familia noble. El fiel soldado arriesgó su vida, se privó de comer y beber para mantener con vida a ese último esqueje del viejo árbol, y triunfó en su empeño. Entregó al Rey Ricardo un pequeño bebé, aterido de frío, cubierto tan solo con los jirones del pendón de su familia, y quedó al servicio del Rey, para siempre escolta del pequeño heredero del Marqués.
Mas, ¡ay!, todo su empeño fue inútil para evitar que el niño quedara indemne. Su pequeña mano derecha sufría graves lesiones causadas por el hambre y el frío. Ya no era un Hombre Entero, ya no podía reclamar el bastón de mando de su padre. Aún así, el buen Rey acogió al pequeño huérfano, considerándose en deuda con él por no haber podido salvar a su familia, y lo crió como a su hijo, le dio un hogar y la mejor educación y, llegado el momento, dio a elegir al muchacho su camino en la vida, y este, que siempre había preferido el filo de la lengua al de la espada, decidió hacerse bufón y bardo.
“Está bien, dijo el Dogo, pero me habrás de hacer un servicio más: has de ser el mejor bardo que jamás haya cantado en corte alguna, así no podrán decir que abandoné al hijo de mi amigo a la dura vida de un bardo de los caminos”. Y el joven bardo hizo todo lo que pudo por no defraudar al viejo Rey y, dicen, cumplió su palabra. El nombre de ese bufón por vocación es Ricard. Podéis acudir a los archivos del Reino y ver como el Viejo Dogo dio fe de todo esto, aunque no lo hiciera público para proteger a su hijo adoptivo.”
“De modo que, como ya habréis imaginado, os encontráis frente al último descendiente de una vieja familia noble. ¡Yo soy Ricard, hijo de Hernán del Monte Blanco, Bufón del Rey y Noble por derechos de sangre!”
El silencio cae sobre la llanura.
“Antes de que malgastéis más saliva diciendo algo del estilo: ¡Eso no es suficiente para poder aceptar este reto, debéis ser Caballero del Reino! Habréis de saber que, en este reino no solo por las armas se llega a ser caballero, de hecho, la mitad de los que junto a la Reina están son caballeros de Carpatia, pues todos son Consejeros Reales o Grandes Mayordomos. Pues bien, y volviendo a abusar de vuestra paciencia, he de recordar la Fiesta de Otoño de hace cinco años cuando, en medio de una más que severa borrachera, el propio Rey Stephan me nombró Consejero Real en Cuestiones de Guardarropa. Hizo esto por mi costumbre de hacer mofa de todos y cada uno de sus trajes y atuendos. El bueno de Stephan tenía un pésimo sentido de la moda, pero mucho sentido del humor”
Hace una pausa y, desde su atalaya en el mástil de la bandera, mira a las almenas donde la Reina ha escuchado, atónita, como su bardo ha hecho callar a todo un heraldo de un ejército vencedor.
“De modo que,”prosigue”cumplo con las exigencias para ese empleo y, si mi amada Reina así lo decide, estoy dispuesto a ensuciarme las manos con él.”
Con estas palabras da por concluido su alegato. Salta de la bandera y se acerca al Balcón Real. Se despoja de su estrafalario sombrero y dobla una rodilla delante de su soberana. Pero no agacha la cabeza. Desafiante hasta el fin clava la mirada en su Reina. Ella le mira, y calla. Mira al niño desgarbado con el que había crecido. Mira al joven descarado que la amó a pesar de saber que no era posible, ni siquiera aunque hubiera sido correspondido. Mira al único hombre que ha acudido en su auxilio en la hora más oscura, el único al que no ciegan el miedo, la ambición o una desgraciada idea del honor.
“Una vez dijisteis que, si tuvierais que elegir, preferíais dejar vuestra vida en las manos de un guerrero en vez de en las de un bardo” susurra el Manco “Aquel día os reísteis. Hoy podremos ver si esa elección es acertada.”
Todo depende de Margarita. La Reina calla un eterno instante. Luego asiente y entrega una prenda a su Campeón, como manda la costumbre. Es un viejo pañuelo de encaje que el bardo parece reconocer.
“Esto es lo único que queda del legado de mi familia” dice al incorporarse “sirva como señal del último servicio de la casa del Monte Blanco al Reino de Carpatia”. Luego se encarama en la almena y su voz se escucha en todos los rincones de la ciudad.
“¡Yo, Hernán del Monte Blanco, Campeón de la Reina Margarita de Carpatia, acepto el reto del Conde de Armigia! ¡Pido el Duelo de Cazadores!”
Un murmullo se levanta en el ejército Armigio. Los Carpatianos callan asombrados. El duelo de cazadores es la más antigua de las formas de duelo entre caballeros aceptadas en esta parte del mundo. Es sencillo de explicar: se desarrolla en un círculo de 20 pies de diámetro, los contendientes van armados con los tradicionales cuchillos de caza del reino de Carpatia y no portan armadura. Pierde el que sale del círculo, se rinde o muere. Nadie ha pedido la lucha con cuchillo como medio honorable para dirimir una disputa desde hace generaciones, se considera un método bárbaro y primitivo. Aún así, es aceptado por las normas de la caballería y el honor, de modo que el Conde no puede rehusar si no quiere perder en el último momento sus derechos sobre el trono carpatiano. El heraldo, tras consultar brevemente con su señor, que aún no se ha dejado ver, se acerca a las puertas de nuevo.
“El Conde de Carpatia acepta el Duelo de los Cazadores y elige, como lugar y hora para la riña, esta explanada misma y este mismo momento.”
El joven Conde tiene prisa por ceñirse la corona. (continuará…)

14.9.07

EL BUFÓN Y LA REINA


“Yo, Epifanio de Sésamo, escriba de su majestad, la Reina Margarita, y Gran Maestre de Códices del Reino de Carpatia, dejo hoy, 22 de noviembre del Año de los Dioses de 797, constancia de lo acaecido el Primer Día del Bufón en estas mis memorias, tal y como lo registré en el diario de la Reina cuando solo era un humilde ayuda de cámara del Gran Chambelán Vinicius. Hace ya cuarenta años de estos hechos que voy a relatar y aún se inundan mis ojos de lágrimas al recordar que todo estuvo perdido y que, por el sacrificio de uno solo, muchos se salvaron.”

El bufón y la Reina.

Amanece. Una gloriosa explosión de luz muestra al mundo de nuevo los colores y las formas, veladas por el índigo manto de la Madre Luna. La vida, como con cada alborada, parece renacer al calor de los primeros rayos de un esplendido sol otoñal. Sin embargo, nadie hay en El Castillo que disfrute del nuevo amanecer. Nadie mira al cielo manchado de púrpura para recibir al Padre Sol. Todos esperan noticias de Poniente. Todas sus miradas dirigen al oeste. Y allá aún esta oscuro.
Hoy se cumplen tres días desde que el buen Rey Stephan partió al frente de sus hombres, setecientos de a caballo, mil infantes y escuderos, a enfrentar al codicioso Conde de Armigia, antaño aliado de Stephan, hoy la más seria amenaza a que el Reino de Carpatia se enfrenta. Pues, aunque Condado y Reino solo se diferencian en la denominación, siendo ambos territorios de similar fuerza y territorio, el Conde ambiciona ser Rey, y eso solo puede ser arrebatándole la Corona a Stephan. En su ansia por cargar su joven testa con una corona real, el conde no ha reparado en nada, dinero y esfuerzos, malas artes y argucias que avergonzarían al más miserable de los rufianes. Como no podía ser de otra manera, unos días atrás, alegando derechos sobre el trono de Carpatia sacados de los mas profundos recovecos de las leyes del Reino, el Conde retó al Rey Stephan a una lucha a campo abierto, que se habría de librar entre los ejércitos personales de ambos y que demostraría cual de los dos era el elegido de los dioses para el trono de Carpatia. Confiando en evitar una cruenta guerra abierta, que obligaría a ambos territorios a poner en brega a todos los hombres disponibles, el Rey aceptó el desafío y hace ya tres días que partió al terreno elegido en las conversaciones de guerra: el Valle de las Nieblas.
Cada anochecer de cada uno de los dos primeros días, un jinete ha llegado a las puertas del Castillo, con nuevas del Ejército del Rey. El sol del tercer día murió, y ya se pinta el este con las primeras luces de la mañana. Ni un alma ha sido vista recorriendo el camino hacia la capital carpatiana. Nadie ha dormido en palacio esta noche y todos han podido ver una ominosa niebla roja velando el brillo de la Luna.
Apenas llega la luz del joven día ha iluminar las tierras occidentales cuando, a las murallas del Castillo, llegan los ecos de una numerosa hueste marchando al paso. Todos contienen el aliento con expectación. Los estandartes y pendones aún no son visibles a tan temprana hora. Súbitamente, un lejano sonido rompe la quietud de los habitantes del Castillo. Destroza sus corazones. Amilana sus espíritus. En lugar de los profundos cuernos de las tropas carpatianas, los ecos que llegan a sus aterrados oídos son los de las destempladas trompetas de Adam, Conde de Armigia y, según parece, Rey de Carpatia a partir de este malhadado día.
Allá van sus orgullosas tropas, muchas más de las esperadas, marchando bajo estandartes de batalla, los cuales no todos pertenecen al condado de Armigia. En contra de todos los preceptos de la Caballería, la ambición de Adam le ha llevado a aliarse con otros pequeños señores, prometiendo tierras o tesoros carpatianos, para así abrumar por numero a las tropas del Buen, e inocente, Rey Stephan. Ahora acude aquí a repartirse los despojos con sus malditos aliados. Tras las tropas armigias, marchando orgullosos aún en la derrota, van los restos del Ejército del Rey, apenas un tercio de los que partieron. Parecen escoltar una humilde carreta, la cual lleva el estandarte real enganchado en unos de sus travesaños.
El orgulloso Conde, tratando de mantener las formas que él mismo ha despreciado, envía un heraldo para anunciarse, como si fuera necesario tras haber oído sus trompetas y haber visto sus encarnados estandartes. El Buey y el Hacha campan por la explanada, junto con las insignias de sus indignos aliados, frente al Castillo. El heraldo, un alto jinete en armadura de plata y azabache, se acerca a la Gran Puerta del Oeste, amparado en una innecesaria bandera blanca.
“Mi nombre es Alcázar de Vilna, caballero del Condado de Armigia. Tengo el honor de ser el heraldo del Conde Adam ante la Corte de Carpatia. Ayer, a la caída del sol, las fuerzas de mi señor y las de Rey Stephan se enfrentaron a orillas del Gran Río, en el Valle de la Nieblas, para dirimir cuál de los dos era el elegido de los Dioses para el Trono de Carpatia. Grande fue la batalla que se libró. Durante horas los hombres de Adam y Stephan se batieron, cubriendo la tierra de sangre y gloria. Al llegar la medianoche los Dioses decidieron dar a conocer su decisión. A la luz de las hogueras, mi señor y el antiguo Rey se batieron en combate singular en el que el Conde Adam fue recompensado con la victoria. El Rey Stephan murió con honor, con su real espada en la mano. Ha sido traído, junto con sus armas, para ser enterrado con todos los honores en las Salas Inferiores del Castillo, como es tradición en este su Reino.”
“Los Caballeros de Carpatia que sobrevivieron a la cruenta batalla, tras grandes gestas que habrán de ser cantadas por mil años, aceptaron el resultado del combate y rindieron sus armas al Conde de Armigia. Se les ha permitido conservarlas, y poder dar así una escolta digna a su señor, a cambio de jurar no levantar las armas nunca contra ningún habitante de Armigia, como dicta la tradición de la Caballería. Esta es una señal más de que, a partir de este día, Carpatia y Armigia son una sola cosa”
“Pues estas son las condiciones que mi señor exige al Reino de Carpatia:”
“A partir de este momento Carpatia pasa a se estado vasallo del Condado de Armigia. El tributo a pagar será el que marca la costumbre para estos casos”
“Se permitirá a los nobles carpatianos mantener sus feudos y mayorazgos y administrarlos según su buen gobierno dicte. Ahora bien, dado el juramento hecho a Adam, no podrán levantarse en armas contra el Gran Condado y reconocerán al Conde como señor de todas estas tierras.”
“la Casa Real de Carpatia habrá de unirse a la Familia Condal de Armigia, a fin de que estos tristes acontecimientos que hoy nos afligen no se vuelvan a repetir. Para este fin, hoy mismo a la caída del sol, el Conde desposará a la joven Reina Viuda, quedando así ambos territorios unidos para siempre.”
“Todas estas condiciones han sido ganadas por la nobleza de las armas. Y solo por la nobleza de las armas habrán de ser rechazadas.
“Así he hablado yo, Alcázar de Vilnus, caballero de Armigia y heraldo del Conde Adam ante la Corte de Carpatia.” El heraldo calla y espera la respuesta de la Reina.
La consternación y la pena cunden entre todos los habitantes del Castillo. Adam parece no haber dejado ningún cabo suelto. Será el nuevo Rey y la línea sucesoria de Carpatia pasará a su Familia. Serán sus hijos con Margarita, la joven Reina Viuda, los que hereden el trono y no el pequeño Carlos, primogénito de Stephan. Y esto habrá de ser así porque, según una antigua y estúpida tradición, si el heredero al trono de Carpatia es mujer, al casarse el nuevo marido habrá de renunciar a sus derechos como gobernante supremo del Reino a favor de la legítima heredera. Esto se ha hecho así siempre, y así hizo el joven Stephan la misma noche de su boda con Margarita, hace ya tres años, cuando, delante del viejo Rey Carlos, el Dogo de Carpatia, padre de la entonces princesa, renunció al trono y aceptó su papel como Rey Consorte y Comandante del Ejército del Rey. De esta manera, con el Rey muerto y el ejército rendido, solo falta a Adam una excusa legal para hacerse con la corona. Y ya la tiene, no renunciará alegando la incapacidad de la Reina para el gobierno, y la familia Real Carpatiana morirá con ella y su hijo.
Para añadir más vergüenza a sus actos, en un intento de parecer magnánimo y generoso, deja la puerta abierta a una posible negativa a sus condiciones. Pero lo hace guardando todos los ases en la manga. Lanza un reto, un desafío que solo puede ser aceptado por un Caballero del Reino, y todos han sido obligados a jurar que no levantarán las armas contra Armigia. De esta manera queda como un acto de nobleza por parte del nuevo Rey, por otro se asegura de que nadie pueda discutir sus derechos.
La joven Reina Margarita ha contemplado toda la escena desde las almenas de la torre que flanquea la Gran Puerta del Norte. Su semblante ha palidecido al conocer la suerte de su amado Rey. Sus manos se han crispado y la cabeza ha alzado, orgullosa, cuando ha conocido el destino que le reserva el pérfido Conde Adam a ella y a su reino. El yugo armigio se ceñirá en su cerviz y en la de sus súbditos si no ocurre un milagro.
Tras unos momentos de tensa espera, de miradas inquietas a la silenciosa hueste que espera una respuesta, la Reina Margarita de Carpatia habla:
“¡Caballeros de Reino de Carpatia! ¡Hermanos que no habéis dudado en derramar vuestra sangre por lo que consideráis justo! ¡Solo os pido un servicio más! ¿No habrá entre vosotros alguien que acepte el desafío? ¿No queda entre vosotros un verdadero carpatiano que sepa ver más allá de las argucias que el Conde ha tramado para uncirnos a todos con su yugo? ¿Nadie defenderá a su Reina del aciago destino de desposar a quien odia?”
La voz, firme y templada, de la joven Reina Viuda de Carpatia resuena en la explanada. Los ecos de su desesperación reverberan en los fríos muros. Y, cuando los ecos se apagan, llega el silencio. Pero no es la quietud de la mañana. Son el silencio de la vergüenza, del miedo, incluso en ruidoso silencio de la traición, los que ocupan cada rincón de la capital del Reino de Carpatia, anegan de tristeza el corazón y sumen al alma en el desaliento. Tras el último ruego a sus Caballeros, la Reina Margarita, desesperada, también guarda silencio.
Pero, frágiles como copas de cristal, todos lod silencios son rotos por lo que menos cabe esperar en tan aciago instante. El sonido de la alegría mas alla de cualquier dolor. Una risa que los rompe en mil pedazos, y lanza sus restos al viento. Una carcajada limpia y profunda, triste pero llena de esperanza,que sorprende y anima. No hay locura en esta risa. No hay desesperación en su sonido, que alegra el corazón e invita a unirse a su alegría, como si todo lo que ocurre en la vida de los hombres no fuera más que una broma. Alguien ríe, y todos en Carpatia conocen a quien así encara el destino. Es el Bufón Real, Ricard del Monte Blanco, el Bardo Manco.
Todos buscan el origen de la tremenda carcajada, y lo encuentran con facilidad. Encaramado a la bandera de Carpatia que ondea sobre la Gran Puerta se encuentra el Bufón Real, alto, desgarbado, con el rubio cabello ya envejecido por unas prematuras canas, que reflejan la temprana luz del sol. Va ataviado con sus mejores galas, el jubón hecho con jirones de todos los colores y materiales, el enorme sombrero de caza tocado con una aún mas grande pluma de pavo real, las botas de caña alta sobre unos pantalones de cuero rojos como la sangre. Con su bolsa de trucos a un costado y el viejo laúd a la espalda parece preparado para dar su espectáculo en una de las fiestas del Rey. A cada uno de sus movimientos lo acompaña un prístino campanillazo procedente de un cascabel de plata que pende de una cadena a su cuello.
Ha trepado a la bandera haciendo gala de una agilidad asombrosa, pues para ello solo ha podido valerse de una mano, la derecha. A su mano izquierda le falta el dedo índice y el resto no es que sean de demasiada utilidad por hallarse rígidos y entumecidos, como muertos. Nadie sabe cómo se la lastimó y por esa mano le llaman el Gran Bardo Manco pues, a pesar de ella, es el mejor músico de estas tierras y vienen de lejanos reinos solo por verle tocar (si tienen suerte y no pasan toda la velada soportando sus bromas y chanzas). A cincuenta metros sobre la llanura, observa el ejército conquistador y ríe. Durante un instante mira a la Reina. Después, Ricard del Monte Blanco, el Gran Bardo Manco, habla. (Continuará...)

4.9.07

Capítulo 2º
CRONICA DE LOS VIAJE DE HACHIRO, SAMURAI DE LA FAMILIA HIRUMA DEL CLAN DEL CANGREJO
La Delegación Cangrejo. El viaje a Fukurokujin.

El invierno había llegado a Rokugán. La temporada de guerra en la Muralla Kaiu había terminado. Hiruma Hachiro, explorador de la familia Hiruma del Clan del Cangrejo, había pasado por su primera estación guerrera tras su ceremonia de gempukku sin más incidentes que unas cuantas escaramuzas contra bandas dispersas de trasgos. Los Ogros eran escasos y a los Oni parecía que se los hubiera tragado la tierra. Era frustrante. No había gloria en limpiar de trasgos los territorios de las Tierras Sombrías, era trabajo para los exterminadores de alimañas, no para bushis.
A parte de las ansias normales en un joven samurai Hachiro se veía siempre comparado con la figura de su padre, Hiruma Matsuhiro, y se mostraba más que impaciente por demostrar que merecía llevar el apellido de tan ilustre antecesor. Hiruma Matsuhiro, ahora retirado, había sido el explorador que, en solitario, había salvado la vida al hijo del Campeón Esmeralda durante una irreflexiva expedición del joven príncipe en las Tierras Sombrías. Por ello, había sido nombrado Magistrado Esmeralda por el agradecido padre.
Todos lo habrían considerado, en principio, un mero acto de cortesía (no era normal que el Campeón eligiera a sus investigadores y jueces de entre los toscos Cangrejo, y mucho menos entre la familia Hiruma) si el nuevo Magistrado Esmeralda no hubiera demostrado que era más que válido para el cargo. En una breve carrera de cinco años como Magistrado, Matsuhiro se ganó la fama de implacable cazador de delincuentes. Allá donde iba, los enemigos del Imperio escondían la cabeza, y no volvían a asomarla hasta que el concienzudo Hiruma estuviera muy lejos. Ni siquiera paraba mientes en el Clan, ascendencia o posición del sospechoso. Si era culpable no había contacto ni parentesco que librara al reo de su castigo. Esto le granjeo numerosos enemigos, entre los que destacaban parte de otra de las familias del Clan Cangrejo, la familia Kaiu, los constructores y herreros de entre los Cangrejo. Matsuhiro descubrió una conspiración para debilitar cierto sector de la Muralla defendido por Hidas e Hirumas, con el fin de desacreditar a aquellos y aumentar el poder de la familia Kaiu dentro del Clan. El culpable de tamaña traición fue obligado a realizar seppuku y su familia cayó en desgracia. El resto de los Kaiu no miraban con buenos ojos al Magistrado y en particular los parientes del traidor habían jurado vengarse y recuperar la espada Kaiu que, como trofeo, pasó a formar parte de la armería de Matsuhiro. Esa espada es la que él mismo entregó a su hijo tras la ceremonia de gempukku de este, un símbolo de orgullo para Hachiro, pero también la carga de tener que demostrar que era digno de portarla.

De este modo el joven samurai se encontraba con que no había hecho nada digno de mención durante toda la temporada guerrera y tenía la esperanza de que en invierno tuviera alguna oportunidad de demostrar su valía en la Muralla Kaiu. Pero esa oportunidad tampoco iba a darse porque fue elegido para formar parte de la Delegación Cangrejo en la Gran Negociación. Frustrado, se apresuró a acudir a Kiuden Hida a recibir sus órdenes y ponerse a las órdenes del cortesano al mando de la Delegación. No entendía la necesidad de retirarlo de la Muralla, más aún cuando su papel no iba a ser más que figurativo: El hijo de un famoso Magistrado Esmeralda, famoso por sus relaciones con el clan de la Grulla iría en representación de su clan. Pensaba que un guerrero como él no pintaba nada en una encuentro de cortesanos y diplomáticos. No sabía hasta qué punto se equivocaba. Su templanza y valor iban a ser puestas a prueba muy pronto.
Al mando de la expedición iba un personaje de fama siniestra: Yasuki Zenko, apodado “El Oscuro”. Un samurai maduro, rapado al cero, de rostro hosco y, eso asustó a Hachiro tuerto del ojo derecho (las viejas supersticiones son difíciles de extirpar). Las razones por las que estaba al mando eran bastante claras pues Zenko era famoso por ser uno de los negociadores más duros de todo Rokugan, muchas veces usando tácticas que muchos, en voz baja claro, afirmaban deshonrosas. Por si esto no fuera suficiente, otra razón había para que el Oscuro fuera el mas alto representante del Cangrejo en esta reunión, Zenko era famoso por su visceral odio a la Grulla. Antes moriría que ceder la más mísera parcela de tierra a los hijos de Doji. La primera impresión de Hachiro, si bien no fue buena, fue de respeto, el tuerto sabía mandar sin ser brusco, pero con una firmeza que dejaba lugar a las consecuencias de una desobediencia. Con el paso del tiempo, Hachiro deploró no haber prestado más atención a esta característica de su jefe. Pero no adelantemos acontecimientos, baste decir que Hachiro llegó a respetar a Zenko, pero no llegó a apreciarle como camarada.
Los otros miembros de la delegación, al igual que Zenko, fueron elegidos entre los Cangrejos por sus extraordinarias cualidades. Cada uno en su campo, destacaban entre las aguerridas huestes de los defensores de la muralla. Eran dos, un guerrero, Hida Motako y una shugenja, Kuni Yuki. Ambos, al igual que Zenko, marcaron para siempre la vida de Hachiro así que considero necesario hacer, al menos, una somera descripción de ellos.
Hida Motako, algo más que prometedor guerrero, a sus dieciocho años ya se había destacado, y sobrevivido, a multitud de batallas contra las Tierras Sombrías. Era de enorme tamaño y fuerza, armado con su descomunal tetsubo tachonado de jade, se había convertido en la pesadilla de las criaturas de las sombrías. Si eso no hubiera sido indigno de un samurai, Hachiro hubiera dicho que, el día que lo conoció, se asustó como no lo había estado en su vida. Sin embargo esta sensación se desvaneció en cuanto rascó un poco en la cubierta de músculos y cicatrices que era su compañero. Pocas veces se había encontrado nunca, y pocas veces se encontró después, un camarada tan fiel y afín como el gran Hida.
El papel de Motako en aquel viaje era el de ser el campeón que respondería a todos los desafíos que la delegación sufriera y, según Zenko había insinuado, también lanzarlos si la negociación por vías diplomáticas no marchaba por buen cauce para los Cangrejo. No solo era hábil con la gran maza de guerra, también destacaba en las artes de duelo y para ello había sido elegido, y para ellos entrenaba a diario con Zenko y con Hachiro. Descendiente de uno de los más grandes Hida de la historia del clan, el gran guerrero entendía perfectamente la carga que llagaba Hachiro sobre los hombros. Él estaba orgulloso de ser el elegido del clan como campeón, pero tenia miedo de no ser digno de ello. Y el miedo no era algo muy habitual en la vida de Motako.
El cuarto miembro de la expedición era, como ya indiqué antes, una maga, posiblemente la shugenja mas poderosa, y extraña, con la que el joven Hiruma se había cruzado jamás. Tampoco la primera impresión fue buena, de hecho estuvo a punto de echarla a patadas como al mendigo que parecía. Flaca, desaliñada, sucia y con la mirada un tanto perdida en ensoñaciones que solo ella veía, uno no se daba cuenta de que estaba ante una samurai ko hasta que se percataba del wakizashi que portaba en la sucia saia, y del poder que podía llegar a emanar de ella si así lo deseaba.
A pesar de ser capaz de desatar la furia de los Kami, con solo susurrar las palabras adecuadas, nunca hacía alarde de su poder y se comportaba como si el desprecio de los demás no estuviera allí. Situaciones que para otro samurai hubieran sido insultos imperdonables, ella las dejaba pasar con una sonrisa en los labios y un murmullo, que dejaba al ofensor mudo, como entreviendo que seguía vivo porque era insignificante. Kuni siempre pensaba que se podía hablar con todas las cosas, que todo el mondo podía llegar a ser amble y razonable, solo para las criatura sombrías no conocía la piedad. Era capaz de hablar, durante horas, con los campesinos y mendigos del camino de cosas triviales como la ultima plaga del arroz. Podía pasarse días enteros hablando con los bosques, con sus árboles y animales. Hasta con las rocas parlamentaba, pasaba horas enteras sentada en el suelo, lanzando puñados de tierra al viento y musitando palabras en un idioma que nadie mas entendía. Al verla cualquiera hubiera pensado que estaba loca de atar. Y así pensaba Hachiro hasta que se percató de que Kuni Yuki nunca hablaba sola.
Con esta compañía partió el joven Hiruma hacia el norte, hacia tierras Dragón. El viaje, aunque arduo y penoso como son todos los viajes en invierno, resultó sin incidentes gracias a los salvoconductos que llevaba y la fuerza de las armas que portaban. Loco habría sido el asaltante de caminos que hubiera intentado asaltar a este grupo y solo habría podido hacerlo una vez (eso si teniendo unos últimos minutos de vida muy interesantes, a la par que dolorosos). De esta manera ya llegaba el invierno a sus postrimerías cuando entraron en territorio Dragón, con los pies cansados y pensando que sus penalidades habían acabado con el viaje. De nuevo he de decir que no sabían cuán errado era ese pensamiento. (continuará...)
Capítulo 1º
CRONICA DE LOS VIAJE DE HACHIRO, SAMURAI DE LA FAMILIA HIRUMA DEL CLAN DEL CANGREJO

Prólogo

Yo, Nonino Dan, el más humilde de los discípulos del gran escriba None Dan, he sido elegido para dejar constancia de las andanzas de Hiruma Hachiro de la familia Hiruma, del Clan del Cangrejo.
Nuestra historia comienza cuando Hachiro es elegido para formar parte de la Delegación Cangrejo que habría de participar en La Gran Negociación. Este encuentro diplomático tenía como objetivo terminar con la ancestral rivalidad que se daba entre los clanes de la Grulla y del Cangrejo a raíz de la guerra que ambos mantuvieron setecientos años atrás, pues esta rivalidad era un peligro que minaba al Imperio que el Emperador no podía tolerar por mas tiempo
El lector entenderá mejor las razones de este acendrado odio entre ambos clanes si se le explican someramente las razones que llevaron a ambos gigantes a enfrentarse en una lucha fratricida. Hace setecientos años, como ya dije, los Cangrejo sufrían una fuerte ofensiva por parte de las fuerzas del Señor Oscuro, Fu Leng el Caído. Grande era la necesidad de pertrechos y provisiones para los defensores de la muralla. Tan grande que, alegando que los miembros del Clan de la Grulla habían sido negligentes en el envío de las mercancías que se los Cangrejo precisaban para mantener la muralla a salvo, las fuerzas del Clan Cangrejo atacaron las provincias más meridionales del territorio grulla y se hicieron con ellas. La Grulla por su parte negó tales acusaciones y acusó al Cangrejo de desear incrementar su territorio ilegítimamente, por lo que atacó a sus vecinos del sur para recuperar las tierras perdidas. De este modo el Clan del Cangrejo se vio sometido a una guerra en dos frentes y el Imperio vio como su frontera con las Tierras Sombrías corría peligro de caer. El Emperador tomó cartas en el asunto y detuvo el conflicto. Las tierras tomadas quedaron en manos de los Cangrejo y se prohibieron las guerras a gran escala entre los clanes. A partir de ese momento solo se permitirían pequeñas batallas para dirimir las diferencias entre clanes y siempre con autorización imperial. Esta decisión, si bien salvó al Imperio de caer en manos de Fu Leng o en una terrible guerra civil, hizo que la enemistad entre la Grulla y el Cangrejo se enconara aún más.
Pasaron setecientos años en los que ninguna de las partes en conflicto dejo pasar la ocasión para fortalecer su posición o reclamar por sus derechos. Uno de los mejores tatos que se apuntaron los Cangrejo fue la adopción de la mayor parte de la familia Yasuki, antaño Grulla, cuando, por culpa de sus dudosas actividades comerciales, fue expulsada de su clan. Con la adopción de esta familia el Cangrejo ganó el Castillo de la Grulla Negra, Yasuki Yasiki, y gran parte de los territorios anexo a él. La Familia Yasuki se convirtió en la rama de cortesanos y comerciantes de los Cangrejo, y buen servicio que hicieron a su nuevo clan ya que, dada la tosquedad proverbial de los defensores de la muralla, estos no se desempeñaban demasiado bien en esas lides. Esto no hizo sino aumentar la ya amarga enemistad que existía entre ambos clanes y que fue enquistándose con el paso de los siglos.
Previendo el cáncer que crecía en el corazón de Rokugán, el Emperador decidió poner fin a la pugna por las tierra Yasuki mediante lo que se denominó La Gran Negociación: Una reunión de representantes de todos los clanes en la que se discutiría el destino de esas tierras y de todo lo relacionado con ella, con la esperanza de que, si bien no se podría eliminar la enemistad, si que se podrían limar las asperezas más agudas. El clan anfitrión de las negociaciones, responsable del alojamiento y la seguridad de los asistentes, fue el Dragón, que prestó para ello, Shiro Kitsuki, el Castillo de Fukurokujin. Del arbitraje en la negociación, como de costumbre, se encargaría la Delegación Fénix. El resto de los clanes se decantó por uno de los dos bandos: el León apoyaba al Cangrejo, mientras que el Unicornio se alineó, como era habitual, con la Grulla. El Escorpión, como de costumbre, no parecía estar de otro lado que no fuera el suyo. (continuará...)