4.9.08

PARTITURA DEL CUARTETO DESASTRE (I)

PARTITURA DEL CUARTETO DESASTRE

La polilla llevaba un rato golpeando el cristal del quinqué que alumbraba encima de la cómoda. Esa era la única luz de la deprimente habitación, y el pequeño insecto el único entretenimiento que podía disfrutar una persona que llevaba atada en el suelo desde hacía unas ocho horas. Por fin, en un último intento de desesperada locura, la mariposa nocturna consiguió lo que llevaba intentando desde que cayó la noche, se coló por el tubo de la lámpara de petróleo y ardió aumentando la luz durante un breve instante, despidiéndose con un fogonazo blanco. Un final terrible y hermoso.

Rompió a reír. “Bonita metáfora” dijo en voz alta. Aunque no creía que hubiera nadie que pudiera oirlo, no quería que aquellos cabrones pensaran que había perdido el juicio allí, atado en la oscuridad, sin saber qué le tenían reservado. Secretamente pensaba que el seso ya lo había perdido hacía unos meses, cuando ella volvió a llamar a su puerta.

Cualquier otro, a poco que tuviera dos dedos de frente, se hubiera dado cuenta de que todo volvería a acabar como el Rosario de la Aurora. Pero, la última vez que se lo hizo mirar, le habían calculado un dedo y tres cuartos. Esa era la única explicación racional que podía dar al respecto de que ella lo hubiera embarcado, otra vez, en una descabellada aventura. Los diez años que habían pasado desde que la conociera le habían quitado de la cabeza sueños y pelo, pero no habían sido capaces de modificar, ni un ápice, el monolito de lúcida estupidez en que se convertía su conciencia cuando ella lo miraba con aquellos ojos verdes.

Ella, lámpara, él, polilla. Siempre había sido así, y por eso se veía ahora metido en tamaño carajal. De todas formas, no le guardaba rencor, eso lo tenía reservado para aquellos que lo habían atado. Y has de tener mucha confianza en tu habilidad con los nudos marineros, y en los productos de “Amigos de la Escalada” empleados en amarrar, al armario de la abuela, a un tipo al que apodan “Montaña”.



5.2.08

¡Órdago!

La niebla tenía, aquel día, la consistencia y el color de las gachas de harina de almorta. Aquel día... fue el día en que yo, Abutardo McKórnickol, licenciado en filología turkmena y doctor en "Cosas Malas" por la prestigiosa universidad de Nictokamis (estudios a distancia, incluso transdimensional) descubrí la verdad.
En estas páginas que escribo, querido lector, hallarás lo que realmente se oculta tras ese velo de estúpida ignorancia, que embota la inteligencia y los sentidos de casi toda la humanidad. En este autoimpuesto retiro de Bolluyos del Condado, he encontrado, al fin, la paz suficiente para dejar constancia de la horrible realidad que, con estos desgraciados ojos, tuve el horror de contemplar. Las manos me tiemblan y el corazón se me para al recordar aquella noche con niebla, en la que deseé no haber nacido.
Todo comenzó una soleada mañana de junio. Disfrutaba yo de unas merecidas vacaciones tras un duro curso que había culminado con mi doctorado en "Cosas Oscuras,Negras, Tenebrosas y Viscosas", abreviando "Cosas Malas", en la honorable facultad de ¡Uy, que susto! de la Universidad de Nictokamis. Me ufanaba yo de mi nuevo doctorado,muy orgulloso de haber superado tan ardua carrera, a pesar de no ser la especialidad que yo había elegido como primera opción (la nota de corte para acceder a los estudios "Cosas con Tentáculos" se había puesto por las nubes desde que se empezó a impartir en una famosa pulpería del centro de Vigo), cuando llegó la noticia de la desaparición de mi mejor amigo, y colega de estudios, Chinchillos Fountain.
La noticia, si bien me horrorizó, no me sorprendió en absoluto, ya que Chinchillos se había embarcado en una descabellada expedición, contra la cual todos sus amigos intentamos advertirle. Había decidido encaminar sus pasos hacia ese peligroso e ignoto territorio denominado Los Cerros de Úbeda. Una oscura cordillera, no muy grande en tamaño, ni en altura, pero tan inmensa en misterios y maldad que había pasado a formar parte del refranero popular. Irse "Por los Cerros de Úbeda" era mucho más serio de lo que parecía, pocos volvían y ninguno en sus cabales.
Las autoridades, como siempre, acallaban todas esta desapariciones. De hecho, se había formado un cuerpo de operaciones especiales, el QNSENET(*1), para la vigilancia y encubrimiento de todo hecho extraño acaecido, tanto en esta zona, como en otras igual de ominosas, como los oscuros páramos de Babia o la nebulosa zona situada entre Pinto y Valdemoro.
El bueno de Chinchillos decía que había hecho un sensacional descubrimiento, que pronto estaría en los anales de la historia de las investigaciones sobre hechos extraños y paranormales. Esa fue su perdición. Chinchillos, tan cuerdo y sensato como cualquiera, perdía el sentido común cuando se trataba de acabar siendo contado entre los grandes. Ser nombrado junto al gran Zen U-trio, descubridor de tres clases distintas de gambusinos; Cilicio Dolorosa, el primero en organizar un safari debajo de su cama y cazar un hermoso ejemplar de hombre del saco; y, sobre todo, el gran Frick Herrr Himmenner, cuyos estudios, de tan profundos y horribles secretos trataban, que no se le permitía a nadie conocer de ellos. De esta manera, mi amigo, cegado por las ansias de fama, hizo oídos sordos a todas nuestras advertencias y se encaminó hacia los Cerros de Úbeda.
Partió una malhadada mañana de Abril, con la única compañía de su sirviente Gervasio, un indígena bargueño, sordomudo y tuerto, que lo acompañaba desde hacía algunos años. El viaje se desarrolló sin incidentes hasta adentrarse en las peligrosas tierras cercanas a los Cerros. La última noticia nos llegó, por carta, desde un pequeño pueblo que Chinchillos nombraba como "Vejigar". Posteriores iinvestigaciones revelaron que se trataba del pueblo de Begijar (el bueno de Chinchillos era un hacha en eso de encontrar especies con dos cabezas o más, pero no prestaba demasiada atención a nimiedades como la ortografía)... CONTINUARÁ

(*1) QNSENET: Siglas correspondientes a "¡Que No Se Entere Ni El Tato!" Evidentemente, el que bautizó al grupo no tenia tiempo de andarse con eufemismos.