18.7.10

EL VIAJE

Algunos, que creían en Dios y esas cosas, opinaban que aquello ocurrió porque el Ser Supremo dejó una puerta abierta al Infierno para castigarnos, o enseñarnos algo, o las dos cosas. Los que no creían, o no pensaban que Dios se preocupara por esas cosas, decían que el “incidente” había sido una demostración de no sé qué teorías de la física moderna, que indicaban que hay una infinidad de universos y que todo lo imaginable, o lo inimaginable, era posible. Rodrigo, que al fin y al cabo es el que nos interesa, porque esta es su historia, pensaba lo mismo que una de las pegatinas para el coche más vendida de la historia: “Shit happens”, es decir, la mierda ocurre y ya está. Y tiende a caer como todas las cosas, hacia abajo, y por eso no le extrañó demasiado verse metido en una movida como aquella movida. Si estás en lo más bajo y empieza a llover mierda, te toca una parte verdaderamente enorme de la misma. La verdad es que cualquiera de las tres teorías resultaba totalmente válida, ya que ninguno de los implicados tenía ni puñetera idea de qué había pasado, lo cual hacía que siempre hubiera un tema de conversación para las noches frías pasadas al calor de una lumbre y una botella de vodka de patata.
Era en aquellas noches, cuando el abominable vodka casero nublaba la vista y cancelaba temporalmente cualquier capacidad psicomotriz, cuando a Rodrigo le daba por pensar en cómo había empezado todo. La verdad es que no solía estar nunca en condiciones de sacar una conclusión válida y, de todas maneras, de nada habría servido. Siempre, antes de caer inconsciente ante el fuego del hogar, acababa diciendo las mismas palabras
“¿Por qué coño me levanté de la cama aquel día?”
Fue en un día desapacible, por llamarlo de algún modo. Unos de esos raros días en los que nevaba en Madrid y toda la región se convertía en un caos. Y fue una suerte que nevara, pues así fueron menos, como más adelante se contará, los que compartieron el desgraciado destino que los aguardaba en un lugar tan prosaico, a priori, como El Álamo, pueblo de la provincia de Madrid que quedaba, como diría el filósofo, “allá donde Cristo perdió el walkman”.
La aventura comenzó, contra cualquier pronóstico, en el club de Astronomía de la Facultad de Económicas el cual, como el lector se podrá imaginar, no era de los más populares entre los estudiantes, lo cual es razonable si se estudia el corte de los matriculados allí. Cuando lo que verdaderamente te interesa es sacar la carrera cuanto antes para trabajar en la empresa de papá, o para opositar, o para conseguir un trabajo que te permita pagar una hipoteca, en el peor de los casos, no son muchos los candidatos a entrar en una asociación sin ánimo de lucro que se dedica a mirar estrellas y que no va a representar un apunte demasiado brillante en tu currículo.
Sin embargo, fruto de la tenacidad de unos cuantos estudiantes raros y de la liberalidad (bendita liberalidad) de un decano amante de salir en las portadas de los periódicos universitarios como promotor, o incluso mecenas, de todas las actividades extra escolares que imaginarse puedan, Económicas contaba con grupo de teatro, coro, diversos equipos de deportes minoritarios (volley, balonmano y algo muy raro llamado Lacross) y el ya mentado Club de Astronomía “Perseo”. Mas esta buena estrella se hallaba en un tris de irse al garete a causa de una inoportuna recesión económica global, que se tradujo en un drástico recorte en las subvenciones y en un escrito, sobriamente redactado y firmado por el decano amante de las artes y las ciencias, que venia a decir que, o se demostraba el interés de los alumnos en las actividades de la asociación, o se cortaba el grifo. Y, para demostrar susodicho interés, iba a ser necesario presentar un libro de socios en el que constaran, al menos, cincuenta matriculados en las diversas carreras que se cursaban en la Facultad.
Entre los socios de Perseo cundió el pánico. Ni siquiera en sus mejores días habían pasado de la docena de socios, y en aquellos momentos se habían estabilizado en la nada halagüeña cifra de seis cazadores de estrellas aficionados, a saber: Rodrigo, presidente, Carlos, tesorero y los cuatro vocales, Ñaco, Esteban, Alberto y Luis. En su descargo hemos de decir que no era porque no lo intentaran, todos los viernes había reunión en la cafetería, anunciada mediante carteles por todo el recinto, en las que se animaba a los futuros economistas y empresarios a levantar su mirada de los modelos de la Teoría de Juegos de John Nash y los balances y admirar las maravillas del firmamento. Nunca tuvieron demasiado éxito, será porque ninguno eligió marketing como asignatura de libre configuración, de manera que al final acababan esa media docena de románticos, demasiado malos en matemáticas para estudiar astrofísica y demasiado cobardes para no elegir una carrera con “pocas salidas” y, armados de sillas de jardín, prismáticos y un telescopio de segunda mano, se plantaban en mitad del campo de fútbol a disfrutar de lo que les brindara la noche, si esta resultaba despejada. Si no lo era, acababan de copas en Casa Paco, borrachos (al fin y al cabo eran universitarios un viernes noche) y divagando si “2001, odisea en el espacio” reflejaba bien lo que sería realmente un viaje interplanetario o si Kubrick era un capullo pretencioso. Aquellos días dorados tocaban a su fin, y no porque ya no les dieran más pasta para la compra de lentes nuevas o los billetes de tren a la sierra, sino porque aquel viernes de diciembre se presentó en la reunión de emergencia el hermano de Carlos, un tipo aún mas capullo que Kubrick,tuno para más inri, que sentenció:
“¡Pues haced lo que nosotros! Montáis un sarao, hincháis a la peña de sangría y al final pasáis el libro de socios diciendo que necesitáis “simpatizantes”. Antes de que os deis cuenta, tenéis cien tipos que piensan que vais a montar una de estas todos los viernes”.
Normalmente las sugerencias del tuno caían en el más absoluto de los ostracismos, sin embargo esta vez, y esto se puede tomar como una medida de la desesperación de estos astrónomos aficionados”, le hicieron caso. Maldita la hora.
Siguiendo las instrucciones del tuno, se dejaron el presupuesto que se iba a dedicar a un juego de mantas térmicas, para las frías noches de invierno, en carteles enormes, de papel satinado y colores brillantes, en los que se veía un enorme vaso de sangría en la mano de una rubia neumática, casi de tamaño natural, al lado de un minúsculo, casi invisible telescopio, contrataron a un informático para que hiciera una página web y gestionara el blog y las cuentas de facebook, tuenti, netlog y twitter que se abrieron “ad hoc” y alquilaron un autobús de dos plantas, climatizado y con baño. En definitiva hipotecaron el futuro de la asociación aunque, por suerte, ese iba a ser el menor de los problemas que el viaje provocaría.
Si se hubieran parado a pensar un solo momento hubieran dejado la excursión para otro día. Porque el día amaneció desapacible como pocos. Había nevado, y eso que era mediados de marzo y la primavera debería haber empezado a dar señales de vida, un viento. frío y seco, cortaba caras y helaba manos y pies. Además el cielo estaba encapotado con un manto gris plomo bastante ominoso, y cuando dieron las cinco de la tarde, hora de salida desde la propia facultad, no es que hubiera despejado demasiado. Sin embargo siguieron adelante, era el ahora o nunca para la asociación, asi que en cuanto fueron una cifra apreciable (27 personas) subieron al autobús destino la finca de Doña Rosa, sita en El Álamo, último pueblo de la provincia de Madrid, lugar que no tuvieron la suerte de conocer porque nunca llegaron a destino.
Mucho se habló después del autobús desaparecido junto con 27 estudiantes y su conductor, en plena Nacional V, durante la extraordinaria ventisca que se abatió sobre Madrid aquel sábado 17 de marzo. Policía nacional, Guardia Civil, CNI y todo aquel que tenía algo que ver con los servicios de seguridad de este país, dedicaron tiempo y esfuerzos extraordinarios para esclarecer los hechos, sin ningún resultado. Las cadenas de televisión entrevistaron a todo aquel que podía, remótamente, tener relación con el vehículo y sus ocupantes, desde familiares a cualquiera que hubiera transitado por esa carretera ese día, sin que consiguieran aclarar nada y con el agravante de enfangar la investigación policial con descabelladas teorías y soprendentes testimonios de testigos que, en el mejor de los casos, acababan de salir del hospital psiquiatrico con el alta parcial y, en el peor, querían hacer caja con la desgracia ajena. Cuando la cosa se enfrió, porque a todo se acostumbra el ser humano, hasta a la desaparición sin dejar rastro de un autobús de de cuatro toneladas con todos sus ocupantes, solamente los amantes de lo extraño quedaron para recordar a los chicos de Perseo, bueno, ellos y las pobres familias, pero estas no tenían un programa en la telvisión los domingos a medianoche para recordar a todos que 28 personas se esfumaron en el aire para no volver a aparecer nunca, así que tuvieron que conformarse con dejar flores en la puerta de la Facultad de Economía cada 17 de marzo, a las cinco de la tarde.

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