6.11.12

Cornetazo IX: Mañana de domingo

Despertó con una extraña sensación. Al cabo de un rato se dio cuenta de qué pasaba: Había demasiado silencio. Aunque su lujosa residencia estaba relativamente alejada de los ruidos de la gran ciudad, siempre estaba el sonido de los coches en la autovía que pasaba cerca, y que nunca se había podido sofocar del todo, por más dinero que se gastara en insonorizar la vivienda. Lo achacó a lo temprano de la mañana.

Fue al baño y se encontró con que su ropa de la noche anterior estaba allí donde la había dejado. No había una toalla limpia, pulcramente doblada, sobre la repisa del lavabo del baño y ni siquiera se había repuesto el jabón de manos, acabado la noche antes.Contrariado por un momento, luego se reconvino a sí mismo: 

-Hombre de Dios, ¿no recuerdas que hoy es domingo? seguramente que la sirvienta pasa luego.- se dijo en voz baja, con una risilla.

Se aseó con lo que tenía a mano, porque no iba a pasar nada porque usara una toalla del día anterior. Se retocó la barba con unas tijeritas. Se aplicó el anticaída y se dispuso a bajar a desayunar. Por una vez lo haría sólo porque su mujer y sus hijos estaba en casa de los abuelos. Le hacía ilusión estar "de Rodríguez". Fue entonces cuando se dio cuenta de que todo estaba mal.

Una cosa era que fuera domingo y que el servicio entrara un poco más tarde, pero aquello resultaba ridículo. No sólo el desayuno no estaba preparado y listo para tomar a las 11, como había ordenado, sino que nadie se había encargado de traerle el periódico. Cuando ya se decidió a entrar, agotada la paciencia, pudo constatar que en la cocina no había nadie y que los platos de la cena de la noche anterior seguían sucios en el fregadero. 

Visiblemente contrariado, alzó el teléfono para llamar al "office", el pequeño reservado donde el servicio esperaba en los tiempos muertos entre encargo y encargo. Siempre se había considerado una persona moderada, pero alguien iba a pasar muchas horas en la cola del paro por arruinarle la mañana del domingo. No sólo no hubo respuesta, sino que ni siquiera había línea. Llamó a seguridad y lo mismo. Silencio total.

Asustado puso la televisión y no había nada más que la vetusta carta de ajuste en todos los canales. Puso la radio y no sonaba más que estática. No había conexión a internet. Ni siquiera funcionaba el telefono de emergencias. Salió al jardín, frenético, en busca del personal de seguridad, de la policía, de quien fuera. No podía ser que hubiera habido una emergencia y que no se le hubiera avisado. Su tremendo complejo de inferioridad, aplacado por los últimos exitos, despertó de la peor de las maneras.

-No puede ser. No pueder ser.-murmuraba una y otra vez- A mí se me debe avisar si pasa algo. ¡Se me debe un respeto!

Fue a la garita de guardia, nadie. En la caseta del jardinero, ni un alma. Salió de la finca, nadie en la calle. No le extrañó nada no haber oído ningún ruido en la carretera, durante la media hora que se quedó embobado la autovía no pasó ni un sólo coche.

-¡DONDE COÑO ESTÁ TODO EL MUNDO!-gritó, histérico. Corrió hacia la casa de nuevo.

Al cabo de una hora, la hora más larga de toda su vida que pasó acurrucado en un rincón del recibidor de la casa, oyó el tan ansiado ruido de un coche a rodar sobre la grava de la entrada. Salió a recibir al recién llegado. Recién llegada en este caso, pues se trataba de su mano derecha, su gran apoyo en esta última época de éxitos, que tan oníricamente parecía haberse visto truncada en una mañana de domingo.

-¿Qué a pasado aquí? ¿Dónde están todos?- Ella parecía igual de asustada que él. Desaliñada y asustada le dio la noticia más aterradora que recordara haber recibido:

-Se han ido, Mariano. Se han ido TODOS


 (Por todos nosotros. Porque al paso que vamos...)