27.12.12

Los últimos en llegar.

-¿Tú estás seguro que es por aquí?
-¡Que sí hombre, que sí! Si no tiene pérdida.
-Eso es lo que dijiste las ultimas siete veces que hubo que decidir camino. Y en todas te equivocaste, vas camino de establecer un record.

Esa fue la conversación que el joven Dagobert escuchó mientras iba de descubierta. No terminaba de fiarse del tono desenfadado y las palabras en común. Demasiado mal habían ido las cosas para que se confiara ahora, tan cerca del final del viaje. Fue por eso que no fue demasiado amable cuando saltó al encuentro de los que parloteaban despreocupados. Cuando llegaron a la altura de su escondite, se encontró con dos pequeñas figuras, de unos tres pies de altura, vestidas con un conjunto que quería ser un uniforme, de cuero y lana de colores brillantes (verde hoja, rojo otoño, azul cián,...).De alturas parecidas, sin embargo parecían pertenecer a ramas distintas de la misma especie. El más alto de los dos, era también más delgado y elegante de movimientos y sus cabellos, ensortijados y espesos,eran rubios. Se había dejado una coqueta perilla y sonreía pícaramente ante el enfado de su compañero. Era éste más anodino en apariencia, de cabellos castaños y ojos oscuros, no parecía estar cómodo en ese momento y se lo hacía saber al mundo con un mohín perpetuo en su rostro. 

Le vino una palabra a la cabeza: "Medianos". Surgidos sin duda de los cuentos que su abuela le contaba para dormir, por lo que podía recordar bondadosos y tontorrones.. Pero iban armados, ambos portaban unas cortas espadas y unos arcos casi tan altos como ellos mismos, de manera que no podía considerarlos inofensivos. Fue por ello que, en cuanto los tuvo a su alcance, salió de la espesura y los derribó a ambos de un solo empujón. Antes de que hubieran podido rehacerse de la sorpresa, Dagobert ya estaba sobre ellos, la espada desenvainada. Ordenó con un gesto silencio. Los desarmó y los puso en pié a ambos. Ellos, obedientes, no dijeron esta boca es mía en todo el proceso. Pero el rubio no dejaba de sonreír.

-¿Quienes sois, que tan ufanos marcháis en tiempos de guerra?

Ambos lo miraron asombrados. Luego, con una carcajada, el más alto y rubio, golpeó la espalda de su compañero y dijo:

-¿Qué te dije? ¡No estaba equivocado, es sólo que eres un impaciente!

-¡Hasta un reloj roto da la hora bien dos veces al día, tarugo! ¡Es pura casualidad que...!- se vio interrumpido por Dagobert.

-¡Responded de inmediato!- apoyó la punta de la espada en el pecho del rubio.-O asumid las consecuencias. 

Éste, para asombro del soldado, saludó a lo militar y respondió.

-Perdonad, señor. Es sólo que la alegría de encontraros ha sido demasiado para nosotros y no estamos acostumbrados a los rigores de la disciplina militar. Cerca de dos semanas llevamos buscando a las tropas de Su Majestad, sin éxito. Pues nosostros dos y nuestros compañeros venimos en ayuda del Rey en su lucha contra el Brujo.

-¿Vuestros compañeros?

-Sí señor, en estos momentos os rodea toda una compañía de los mejores arqueros y cazadores que la Comarca haya dado. Así que si sois tan amable de envainar la espada, no sea que se lo tomen por lo que no es.

En seguida vio que no mentía. Sin que una sola de las hojas que cubrían el suelo del bosque crujiera, unos cincuenta seres, muy parecidos a los que él pensaba haber atrapado, lo rodearon. Todos sonreían, amistosos, aunque algunos lo hacían a la vez que lo apuntaban con sus arcos. Por la postura y la facilidad con que tensaban las cuerdas, parecían saber usarlos bien. Dagobert, muchacho sensato, hizo lo que tan amablemente le habían pedido.

-¿Quién está al mando?- se atrevió a preguntar.

-¿Mando?- gruñó el moreno- Bueno, ese ha sido nuestro problema desde que partimos desde Hobitton. Verá es que...

- No lo sabemos.- interrumpió el rubio con otra sonora carcajada.

-¿No lo saben? ¿Cómo puede ser eso?

De nuevo habló el rubio, que muy divertido por la situación:
 -Verá usted, nosotros los hobbits no estamos acostumbrados a mandos que hagan más que presidir banquetes y ese tipo de cosas agradables, así que cuando se recibió el mensaje del Rey del Norte de que se precisaba de cuantas fuerzas se pudiera enviar nos hicimos un lío. Nuestro pueblo no tiene ejército, por alguna razón nunca encontramos momento para organizarlo. Como era mandato real, el Thain de los Tuk y el Señor de Casa Brandi se pusieron a ello y, en cuanto la tarea acometieron, comenzaron las discusiones. Que si mi familia es la más rica, que si la mía es la más antigua, que si fue a mis antepasados a quien los Reyes de los Hombres dieron mandato de cuidar el puente del Brandivino... Ya sabe usted cómo va la cosa. Así que al final cada uno montó su propia tropa de voluntarios y partimos hacia aqui. A un humilde servidor, Terrence Prados, le fue encomendada la comandancia de la gente Tuk. Aquí a mi buen amigo Sid Brandi le correspondió la Brandigamo. Como al camino nos echamos el mismo día y el mismo rumbo llevábamos, tonto nos pareció no viajar juntos. Además, así entre vos y yo, Sid no se orienta correctamente ni en su casa, y mira que es un túnel que no tiene más que tres estancias, una tras de otra, en fila como si fueran tres buenos escolares y como yo avezado soy en las artes de la caza y algo he viajado...

-¡Te callarás de una vez, Prados!- le interrumpió el otro- Perdidos estamos desde que ganaste la apuesta y te encargaste de hacer de guía. En tierras habitadas, no más que a las posadas y tabernas sabías llegar y, en cuanto salimos a lo agreste, no hicieramos más que dar vueltas como tontos. Si no fuera porque eres sobrino de la esposa del Thain, estarías en  esos prados que llevas por apellido cortando heno con que rellenar esa cabeza hueca que me tienes...

-Calma, amigo mío, calma. Que aquí nuestro buen soldado mala idea se va a hacer de los Hobbits de la Comarca. Como podéis ver Sid es bastante gruñón, pero es buen muchacho. Se presentó voluntario porque quiere hacerse valer delante de cierta señorita y, como no tiene haberes al ser tercer hijo de un honrado granjero, ha de buscar oportunidades de fortuna. Le guste o no, y esta parece que  no le gusta. Pero, ¡qué maleducados somos! ¿Cuál es su nombre, honorable soldado de Arnor?

Un poco molesto por el retintín de la últimas palabras del sonriente Terrence, que había usado un título, el de soldado de Arnor, que ya no existía desde hacía ya muchos años, Dagobert respondió.

-Mi nombre es Dagobert, hijo de Dogert, Guardia de su Majestad el Rey Arvedui de Arthedain. Veo que sois versado en herádica pero os he de sacar del error. Disculpable, por otro lado en gentes ajenas a nuestro reino. No soy soldado de Arnor, aunque lleve en el pecho las armas de ese reino. Mi Compañía, la de los Montaraces, ha jurado reponer la dinastía de Amlaith de Arthedain, en la persona de su descendiente, el rey Aranarth.

-Pensaba que reinaba Arvedui, su padre- interrumpió Sid. Al ver la expresión del soldado ante el nombre de su rey, comprendió- ¿Tan mal va la guerra que hemos perdido al Rey?-y dirigiéndose al hobbit rubio- ¿Lo ves mastuerzo? ¡El camino del Norte, el directo sin más devíamos haber tomado no más llegamos a Bree! ¡Ahora hemos llegado tarde y no servimos para nada, imbécil!

(Continuará)

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